03 Dic Coco: fantásticamente real
Lo digo antes de empezar: Coco es una gran película; es un derroche de imaginación, al servicio de una gran historia.
Así es. Pixar ha vuelto a dar en el clavo, con un cuento —una fábula, diría yo— muy original, emotiva y profunda que demuestra que los de la compañía del flexo juegan en otra liga. No porque las diecinueve películas que han realizado sean perfectas —tres o cuatro de ellas no tienen el nivel que cabría esperar—, sino porque a lo largo de sus ya más de treinta años han sido capaces de romperse los sesos para contarnos historias muy “reales” dentro de sus fantásticos mundos fantásticos…; y perdón por la redundancia (que en realidad, pensadlo bien, no lo es…).
Coco es una película llena de música y de color. Pero no es, como he leído a alguno, una imitación de los clásicos de Disney, donde los personajes dialogaban cantando. Aquí, los protagonistas cantan, como quien lee un libro en voz alta, o declama una poesía, o representa una obra de teatro…; es parte del guion, también, pero no del diálogo. Técnicamente, los dos casos serían música diegética, pero hay diferencia. Quizás sea solo cuestión de matices.
Y cuento esto porque Coco es una película distinta a lo que ha hecho hasta ahora Pixar, en la que la música —diegética— juega un papel muy importante.
Miguel, un niño mexicano de 12 años, desea, por encima de cualquier cosa, cantar y tocar la guitarra como el músico más famoso de México, Ernesto de la Cruz, fallecido accidentalmente en una de sus actuaciones. El problema es que en su familia prohíben inclusos tararear cualquier canción: el tatarabuelo dejó atrás mujer e hija (Coco), marchándose de casa con su guitarra, por lo que piensan que la farándula solo crea gente egoísta. Pero Miguel lleva la música en sus venas, y no entiende por qué son los únicos mexicanos que no cantan absolutamente nada. Su inquietud es tan mayúscula que, sin saber muy bien cómo, acaba en el mundo de los muertos, donde conoce a sus antepasados y descubre cosas que nunca hubiera imaginado. Todo ello, durante el Día de Muertos.
Lo más valiente de Coco es cómo han conseguido trasladar a dibujos animados la visión optimista de la muerte según las tradiciones mexicanas. Dice Gael García, voz de Héctor (en inglés y en castellano-mexicano, la misma para todo el mundo hispano: gran acierto, en este caso), que la temática de la película es la muerte y la familia. Y así es que, al más puro estilo de las figuras de Pesadilla antes de Navidad, los esqueletos del mundo de los muertos son simpáticos y muy familiares.
Porque la familia vuelve a ser aquí —como marca del toque Pixar— valor fundamental (algunos tachan este punto, no sé por qué —o quizá sí sé…—, como un defecto de la compañía), pero también porque lo que ocurre en ella, a todos nos es muy familiar. Todo el mundo quiere recordar a sus parientes difuntos, no olvidarlos, para, de algún modo, hacerlos aún presentes en nuestras vidas.
Y es, precisamente ese recuerdo, lo que les “devuelve” a la vida durante un día, entre el 1 y el 2 de noviembre de cada año.
Así, todo es alegría en Coco. Explosión de color, especialmente en el mundo de los muertos. Pero alegría real: que no es incompatible con las lágrimas o con los enfados. Aquí, el espectador ríe y llora; se revela con Miguel, pero después, como él, también entiende; y se enfada con los que no son tan buenos, o los que parecen buenos, y después no lo son; que muy buenos son, también, los giros que tiene el cuidado guion de Coco.
Cuenta Lee Unkrich que tuvo miedo cuando le encargaron realizar Toy Story 3: “Temí pasar a la historia como el creador de la entrega mala de la trilogía”. No solo no fue mala, sino que supuso un auténtico broche de oro a una de las mejores trilogías de la historia del cine. Lo que algunos hemos defendido como una larga película de tres capítulos… Pasado ese éxito, decidió crear una nueva historia para hablar de algo que le llamaba la atención, el Día de Muertos. Eso es lo que tardaron para la nueva película él y su colaboradora como productora Darla K. Anderson.
Seis años, durante el cual se incorporó, como codirector, el californiano de ascendencia mexicana Adrián Molina. Seis años, un tiempo que, como bien dijo recientemente Christopher Nolan, es la mejor baza para crear buenas y grandes historias. De hecho, lo normal en Pixar es dedicar 4-5 años a cada película. Para Coco, estuvieron seis. Eso la hace, también, estudiada y muy original, repito, a pesar de que, durante ese tiempo se estrenara El libro de la vida (2014), cuyo parecido es simplemente por la ambientación mexicana del Día de Muertos. Incluso, el mismo director de ésta, anima ver la de Pixar:
Reporters on both sides keep asking why I am rooting for COCO. If it doesn’t do well people like me will have a harder time making films or shows with minority lead characters or worlds. It’s my life long passion and mission to showcase where I’m from. So, please go see COCO!!!
— Jorge R. Gutierrez (@mexopolis) 22 de noviembre de 2017
Coco es, pues, una película fantásticamente real. Con alma. Como, gracias a Dios, nos tienen acostumbrados los de Pixar. Espero que nos permitan decir lo mismo las próximas Los Increíbles 2 (2018) y Toy Story 4 (2019) (de la que, por cierto, no las tengo todas).
Santi
Publicado a las 06:32h, 04 diciembreUn crack Jaume! Gran pel·lícula i gran crítica. Tots al cine!!!!
jaumefv
Publicado a las 08:34h, 04 diciembreMoltes gràcies, Santi! 😉
Pingback:Soul: Pixar crece - L'Homenot %
Publicado a las 22:43h, 07 enero[…] de los personajes, los movimientos faciales… todo. En lo narrativo, se mueve entre Del Revés y Coco. De hecho, posiblemente, Soul sea la película más adulta de la compañía. No emociona tanto como […]