Carlo Acutis: el chico del chándal y las zapatillas que llegó a ser santo

Dios escribe recto con renglones torcidos. Lo decía santa Teresa de Jesús. La santa de Ávila. Y lo podrían decir, también, José María Zavala y Antonia Salzano. A él, un día, un 5 de agosto de 2009, muy concreto, algo –o Alguien– lo dejó hecho un mar de lágrimas: más de tres horas, a moco tendido, “incapaz de contener el llanto, como un niño recién nacido”. Una experiencia mística. De repente. Como una lanzada atravesando el corazón de piedra, para convertirlo en un corazón de carne. “En medio de treinta y tantos testigos, yo lloraba por haber ofendido a Dios tan gravemente y con tanta indiferencia, durante tantos años. De alguna manera me di cuenta de que lo tenía todo, pero era un profundo desgraciado, porque me faltaba Él”. Sin más… Y sin menos. En realidad, todo empezó con una película muy larga –más de tres horas– sobre el padre Pío. El mismo santo de Pietrelcina que bendijo a Antonia Salzano, cuando no era más que una niña recién nacida: “Me llevó mi tía, que se dirigía espiritualmente con él”.

Zavala es periodista, escritor y director de cine. Colabora en Cuatro TV, de la mano de Íker Jiménez, o en la COPE, con Cristina López Schlichting. Autor de más de treinta libros, un día le invitaron a ver esa historia sobre el padre Pío dirigida por Sergio Castellito. Y lo hizo, aunque a regañadientes y por pura amistad: “Entré pensando en ‘menudo rollo de película larguísima sobre un fraile’ y en las pocas ganas que tenía de verla, y salí convencido de que estaba ante un personaje periodísticamente muy interesante. Ríete, tú, de los superhéroes de Marvel: alguien con el don de bilocación, que leía el alma de las personas, misterioso… Simplemente lo veía como el protagonista de un nuevo libro para engrosar mi bibliografía, ya entonces abundante”.

Pero los santos dejan huella. Entonces, “cuando estaba cerca del abismo”, llegó ese día de agosto: el cambio. Y el libro del padre Pío y, poco después, la película. Y la de la Madre Teresa de Calcuta. Y la de Karol Wojtyła… Y, más tarde, el encuentro con Carlo Acutis, el chico de 15 años fallecido el 12 de octubre de 2006. El de los vaqueros, sudadera y zapatillas deportivas. El informático. El matemático. El que recopiló todos los milagros eucarísticos del mundo en una página web. El ‘ciberapóstol’. El que tenía la Comunión como su “autopista hacia el Cielo”. El que falleció con fama de santidad y fue enterrado en Asís. El que fue beatificado en octubre de 2020. “Me impresionó esa ceremonia y me cautivó tanto su historia, como para querer contarla en otra película”, explica Zavala. “‘Este es el chico de oro para los jóvenes de hoy, el espejo donde mirarse para seguir los pasos de Dios’, pensé”. “Y no tan jóvenes”, dice Antonia Salzano, la madre de Carlo.

Así es: el 10 de octubre de 2020, una escena inédita: la familia al completo. Ella y su marido, Andrea, con sus hijos gemelos, nacidos cuatro años después de la muerte de su hermano –“por intercesión suya”, asegura Salzano– fueron los espectadores privilegiados del momento en que el cardenal Agostino Vallini, en representación del papa Francisco, declaraba “que el venerable Carlo Acutis, laico, de ahora en adelante sea llamado beato”.

El primer millenial elevado a los altares. Tan solo quince años: una vida breve. Pero una vida plena. Que, para él, el Cielo no pudo esperar. “Estoy predestinado a morir”, dijo Carlo en un vídeo testamento, pocos días antes de exhalar el último suspiro.

Son pocos, 15 años…

José M. Zavala. El tiempo de Dios no es el tiempo de los hombres. Dios lo sabe todo y tiene sus propios planes para cada uno de nosotros, aunque demasiadas veces no seamos capaces de entenderlos porque… ¡No somos Dios!

Antonia Salzano. Pocos… Bueno, depende mucho de la perspectiva con la que se mire. La muerte no estaba prevista en los planes de la Santísima Trinidad, cuando creó el mundo: entró en él a causa del pecado original, ¿no? Alguna vez, Carlo me había dicho que, tarde o temprano, todos subiremos al monte Gólgota, pero lo que realmente valía la pena era lograr poner a Dios en primer lugar. Esta era, para él, una vida exitosa: que alguien muriera antes o después es irrelevante. Cuando tuvo que ingresar en el hospital, enseguida nos dijeron que tenía una leucemia tipo M3, llamada “leucemia fulminante”. Como, de hecho, así fue: murió tres días después del diagnóstico. El propio Carlo me dijo: “Mamá, recuerda que no saldré vivo de aquí, pero te daré muchas señales”. Dentro de mí empecé a oír, como si fuera casi un estribillo, las palabras del libro de Job: “El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó; bendito sea el nombre del Señor”.

«Lo especial de Carlo era que todo su día a día, empezando por estudiar, jugar, estar con los amigos, hacer deporte, etc., lo hacía realmente con el corazón vuelto hacia Dios»

¿No lo echa de menos?

AS. No, porque lo siento todo el día muy cerca de mí. Es como una presencia continua que me ayuda en todo.

¿Qué le viene en la cabeza cuando piensa que tiene un hijo en los altares?

AS. Ciertamente, el hecho de beatificar a Carlo es un gran honor, pero también un gran compromiso. Nos llaman constantemente de todo el mundo para pedirnos oraciones, material sobre él, la exposición sobre la Eucaristía que preparó… Creo que el Señor nos eligió para este gran privilegio de tener un hijo en los altares, no porque tuviéramos méritos especiales, sino sólo por su gran misericordia.

¿Fue, siempre, un chico especial?

AS. Yo diría que lo especial de Carlo era que todo su día a día, empezando por estudiar, jugar, estar con los amigos, hacer deporte, etc., lo hacía realmente con el corazón vuelto hacia Dios. Era un chico muy bromista y simpático que abrió las puertas de su corazón a Cristo sin miedo, animado por las palabras de san Juan Pablo II. De hecho, las copió en una cruz de madera que había hecho: “No tengáis miedo”. Así, su vida ordinaria se convertía en extraordinaria, de modo muy natural, sin hacer nada raro. ¿Acaso no es esto a lo que podemos llegar si permitimos que Él entre en nuestras vidas? Si tuviera que describirle en pocas palabras diría que era un tipo absolutamente normal, pero con una armonía total con Dios que le convirtió en un “contagiador” de Jesús.

JMZ. De hecho, para mí, ha sido precisamente esta sencillez –que no simpleza– de un chaval de andar por casa que nos recuerda la llamada universal a la santidad, la que me llamó más la atención. Y, de aquí, la insólita madurez a su edad que le convirtió en un imán y un referente para mucha gente, hasta el punto de que a su funeral acudieron incontables personas que los padres de Carlo no habían visto en toda su vida.

AS. Efectivamente. Carlo era un niño muy normal y, a la vez, muy profundo: me planteaba cosas sobre la fe que yo no sabía responder y que, como madre, me sentía en la obligación de conocer, porque quería ser un referente para él. En realidad, eso me causaba mucha vergüenza y me hacía sentir culpable por no haber sido coherente con la decisión de bautizarle.

Y su vida, y la de su marido fueron “contagiados” por la suya…

AS. Sí. Mucho. Yo solo había ido a misa tres veces en mi vida: el día de mi primera Comunión, el día de mi Confirmación y el día de mi boda. No es que mi marido y yo estuviéramos en contra de la fe. Simplemente nos habíamos acostumbrado a vivir sin ella. Éramos como muchas personas a nuestro alrededor: llenábamos nuestros días con actividades, pero sin saber realmente su significado. En este sentido, aunque en mi familia haya dos santos –santa Giula Salzano y santa Caterina Volpicelli–, yo era terrible, además de que, en casa, mi padre, aun creyendo en Dios, no practicaba ni nos hablaba de la fe.

Luego vinieron esas preguntas que no sabía responder

AS. Cuando Carlo nació, empezó, para mí, una vida nueva. Siempre he dicho que estaba anticipado en los tiempos. Basta pensar que dijo su primera palabra cuando tenía tres meses. Luego vino la muerte prematura de mi padre, con 57 años. Para mí, hija única, esto fue un golpe muy duro. Carlo tenía cuatro años y medio. Un día, se despertó diciéndome que el abuelo se le apareció y le pedía oraciones porque estaba en el Purgatorio. Eso me impresionó.

«Para mí, ha sido esta sencillez de un chaval de andar por casa que nos recuerda la llamada universal a la santidad, la que me llamó más la atención»

No es para menos

AS. Fue la muerte de mi padre lo que me impulsó a plantearme preguntas sobre la vida y el más allá… En estas, tuve la suerte de conocer a un sacerdote al que llamaban el “padre Pío de Bolonia” porque tenía una gran fama de santidad. Recuerdo que la primera vez que me vio y confesé con él, me contó todos mis pecados a pesar de que nunca me había visto. Además, me recomendó estudiar Teología. También me predijo que Carlo tendría una misión especial para la Iglesia y que ayudaría a muchas almas. Pensé que sería sacerdote o algo así…

De todos modos, la muerte de un hijo siempre es muy dura

AS. Sí. La muerte de Carlo fue, para nosotros, como subir al Gólgota. Pero cuando llegó esta gran prueba ya estábamos preparados. Acepté la voluntad de Dios porque estoy segura de que para los que aman a Dios, cualquier cosa que suceda, sea buena o mala y dolorosa, siempre es permitida por Dios para un bien mayor, para nuestra santificación y para la mayor gloria de Dios.

San Francisco: el santo de la pobreza; san Josemaría: el santo de lo ordinario; el Cura de Ars: el santo de la confesión…; ¿dónde situaríais a Carlo?

JMZ. Sin duda “el santo de la Eucaristía”. La exposición sobre los milagros eucarísticos que montó en Internet y para llevar físicamente donde se pidiera, está provocando conversiones en todo el mundo.

AS. Como se veía que lo comprendía muy bien le dejaron hacer la primera Comunión a los 7 años y ya empezó a ir a Misa todos los días. Es de entonces aquella frase que escribió: “Estar siempre unido a Jesús: este es mi programa de vida”. A veces me comentaba, apenado, cómo la gente hacía largas colas para entrar en un concierto, ver una película, pero no para entrar en las iglesias. Si comprendieran que la Eucaristía es lo más sobrenatural que sucede en la tierra –me decía– esto no pasaría.

«El cine llega a miles de personas y pienso que es una película que moverá los corazones, a que se planteen el sentido de la vida y de la muerte…»

Pero también tendría sus luchas, ¿no?

AS. Sí, claro. Tenía una pequeña libreta donde cada día apuntaba su “calificación” de cómo había tratado a sus amigos o se había comportado ese día. Le encantaban, por ejemplo, los juegos de ordenador. Pronto se dio cuenta de lo adictivos que eran y cómo muchos compañeros suyos les dedicaban demasiadas horas. Por ello, con tan solo 8 años, decidió jugar una hora por semana, sin que le dijéramos nada al respecto.

¿Por qué hacer una película sobre él?

JMZ. A mí me impresionó mucho la ceremonia de beatificación y me gustó mucho el amor que tenía a la Eucaristía y aquello que decía: “Está muy bien ir a Tierra Santa pero, si tienes un Sagrario al lado de tu casa, ¿por qué no vas?”. Esto, en un joven de 15 años que murió sin quejarse absolutamente nada, porque había personas que sufrían mucho más que él, que ofreció todo lo que tenía por el Papa y por las almas…, ¿por qué no contarlo en la gran pantalla? Yo creo que Carlo es un instrumento muy poderoso para los jóvenes de hoy…, y también para los no tan jóvenes: padres de familia, abuelos…, el público en general.

AS. El cine llega a miles de personas y pienso que es una película que moverá los corazones, a que se planteen el sentido de la vida y de la muerte… Verán que la santidad es posible ahora, no es una cosa del pasado.

JMZ. El cielo no puede esperar es una película para todos los públicos y especialmente para los que están precisamente alejados de Dios. Varios académicos del cine español han quedado muy impresionados, después de verla en pases privados y también algunos miembros del equipo. ¡Cuántas personas más habrá después de ver la película…!

De todos modos, en la película, a veces puede parecer que se destacan muchas cosas extraordinarias

JMZ. ¿Muchas cosas extraordinarias…? ¿Cuáles…? ¿Se refiere a su amor por la Eucaristía, a la práctica de la caridad, a la ausencia de prejuicios, a la intercesión para la conversión de las personas alejadas de Dios, a su afición a los videojuegos y a Internet, a que aprendió a tocar el saxofón sin recibir una sola clase, a que le gustaba la Nutella o calzaba deportivas con vaqueros…?

AS. Mi hijo ha tenido sucesos extraordinarios, sí, pero no les daba importancia. Tenía los pies en la tierra y, para él, lo importante era su conversión diaria. Carlo es un medio muy bueno para los jóvenes porque es como ellos: deporte, ordenador, móvil, tejanos, zapatillas Adidas, chándal… Hoy es posible llegar a ser santo.

*****

“No tengáis miedo”, decía –aclamaba–, con fuerza, el nuevo Papa, venido de “un país lejano”. “No tengáis miedo: abrid a Cristo las puertas de vuestro corazón”. Era el 10 de octubre de 1978, día en que Karol Wojtyła, el papa polaco, tomaba posesión de la sede petrina. Y ese grito, suave y delicado, pero punzante y directo, abrió muchas puertas. Las rojas que construyó el odio comunista. Las de tantas almas que vieron en él la luz de una nueva esperanza. También la de Carlo Acutis que, veinte años después, lo escribía en un crucifijo que había hecho a mano: “No tengáis miedo…”. Cristo, la esperanza. Cristo, en la Cruz. El primer millenial beatificado que murió a los 15 años. El “ciberapóstol de la Eucaristía”. Para él, la Comunión era la “autopista directa hacia el Cielo”. La verdadera puerta hacia la Eternidad. “La felicidad –decía– es mirar a Dios. La tristeza es mirarte a ti mismo”. Abrir las puertas a Cristo es para que entre Él, y para verle a Él. Esa fue la meta del beato Carlo Acutis. Su “programa de vida”.

[Entrevista publicada en la revista Mundo Cristiano (pdf)].

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