14 Feb José María Gil-Robles: hombre de política y diálogo
Hace unos años tuve la oportunidad de entrevistar a José María Gil-Robles, para la revista de la UIC. Me impresionó su talante, su amabilidad, us buen hacer. Nos recibió –al fotógrafo, David Alén, y a mí–, con una sonrisa muy acogedora, en su casa de Pozuelo. No recuerdo cuanto rato estuvimos –una hora, hora y media, dos…–, pero terminé deseando que todos los políticos fueran como él. Hablamos de la historia y de la actualidad del momento. Entonces, no sabíamos qué pasaría con el Brexit y, desgraciadamente, a mi entender, se equivocó: Gran Bretaña se fue. Se equivocó en lo que ha terminado sucediendo, pero la sustancia de lo que dice tiene plena vigencia.
Pasado el rato de charla –que eso fue–, casi de corrido escribí este breve texto que adjunté a la entrevista y que ahora, que me ha llegado la triste noticia de su fallecimiento, publico aquí, de nuevo.
En clave internacional
Estoril le dio visión universal, pero en Europa digamos que “la concretó”. Con los pies en Bruselas, la cabeza en los entresijos europeos y el corazón en España, Gil-Robles practicó el pactismo europeo fundacional –“el que querían los fundadores”–, siendo diputado y ocupando los cargos de vicepresidencia y de presidencia del Parlamento Europeo en distintos momentos de aquellos ya lejanos años noventa. Así, de pacto a pacto, y de diálogo en diálogo –“la política supone diálogo y supone ceder; si no, no funciona”, dice– ha conocido a muchas personas, de todos los colores; desde “mi buen amigo Gregorio Peces-Barba”, a Helmut Kohl, o Mitterrand, o Aldo Moro… “Kohl: tenía una gran personalidad; aparentemente simplista –sus discursos no impresionaban: era un hombre de “sota, caballo, rey”–, pero con ideas muy claras y arrastraba. Mucho más brillante era Mitterrand… Luego era un “bicho”, pero un “bicho brillante” en lo político. A Aldo Moro le conocí antes de que fuera eurodiputado, durante la campaña española del 77: de una talla intelectual y moral excepcional. También tuve la suerte de tratar mucho a Wilfried Martens, un hombre muy gris, en apariencia. Capaz de aburrir a las moscas en sus discursos, pero de una efectividad política impresionante. Gracias a Martens acabaremos teniendo partidos políticos europeos”.
En un momento de la entrevista, le enseñé una viñeta de El Temps. Se puso las gafas de sabio bonachón, la miró minuciosamente: una gran pancarta con la bandera europea; en vez de corona de estrellas, doce chapas de sheriff; en el centro, un gran “Welcome to EU”. Y, delante de la pancarta, una alambrada infranqueable y alguien, mirando, triste. “Es muy expresivo de una campaña que piensa que Europa tendría que hacer algo imposible: todo el que se presenta en sus puertas, tendría que entrar. Europa necesita la inmigración, pero la inmigración en todas partes puede admitirse y se debe admitir en la medida en que es integrable y no plantea problemas insolubles. Si en lugar de un millón o millón y medio que están entrando ahora, fueran cinco o seis, ¿qué haríamos con ellos? Es un ejemplo de determinada manera de hacer política que ahora se da mucho, que consiste en criticar lo que está mal –o lo que parece mal o aparentemente ofende a una sensibilidad–, pero sin plantearse cuál es la solución factible”.
Otra vez: oír todas las campanas. Y diálogo.
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