José María Gil-Robles: La Unión Europea es un proceso en construcción que se está haciendo

Nunca imaginé que con José María Gil-Robles (1935) acabaría hablando de fútbol. Pero así fue. En una entrevista, hace años, alguien me dijo que tener buen humor a los 15 años, es casi natural; a los 40, implica un ejercitarse; pero mantenerlo a los 80 es algo realmente digno de admiración. Así, el político por vocación que es Gil-Robles y que de pequeño soñaba con ser catedrático como su padre y su abuelo me habló de sus tardes jugando al fútbol “con la familia real, con los condes de París o de Saboya… O al escondite, o a ‘la gallina ciega’”.

Era en Portugal, país que acogió a su familia, cuando los sucesos de la España de entonces acabaron por desencadenar la desdichada Guerra Civil. Estoril: “Un mundo hasta cierto punto irreal; un lugar donde había muchos exiliados, de nacionalidades diversas, donde la guerra la española y, después, la mundial se vivía de una manera muy distinta porque tú tenías amigos de juego ingleses y alemanes, cuyos padres estaban luchando en sectores diversos y, por tanto, instintivamente tenías que tener mucho cuidado con lo que hablabas con ellos… Aunque eran amigos, entre sus países eran enemigos, una situación rara que no se puede explicar si uno no la vive…”

Entonces, los equipos debían ser realmente internacionales, ¿no?

Sí, claro. Mi padre era del consejo de don Juan, y entonces era normal que jugáramos con sus hijos, el rey Juan Carlos y su hermano Alfonso, que en paz descanse; o también con los hijos del conde de París, amigos portugueses, alguno de los Braganza, o del conde de Saboya… Éramos un equipo más bien internacional: solíamos jugar en los salesianos, y me acuerdo una vez que nos dio por ganar… No es que fuéramos muy buenos, la verdad, pero ese día ganamos. Entonces, la reacción del contrincante fue muy mala. Nos esperaron detrás de una tapia y la emprendieron con nosotros a pedradas: ¡toma ya!

¿Y ustedes un futuro rey, hijos de condes…  se las devolvieron?

¡Por supuesto! ¡Ja, ja! Era de locos: éramos niños. Hoy resulta inimaginable pensar en un Rey de España dedicándose a apedrearse con otros chavales, a los 11, 12 o 13 años. Fue la realidad de aquella época ya pasada.

¿Qué le supuso convivir el día a día en ese ambiente social?

Estoril era un sitio pequeño, pero creo que me dio una visión muy internacional. Ahí había gente de todo el mundo: ingleses, alemanes, italianos…, pero también americanos. Se vivía la llegada de refugiados de Europa del Este, por lo que los temas europeos estaban presentes en casa desde niño. Por otro lado, pasar el día a día con condes, familias reales, nobleza, etc., te ayudaba a relativizarlo un poco. Son como tú, les han gustado las chicas como a ti, se han peleado por un balón que estaba dividido y te han criticado cuando lo has hecho fatal en el fútbol…  Eres consciente de que se trataba de personas de una clase especial, pero teníamos un trato muy normal.

Usted llegó al exilio con apenas un año de vida; digamos que la política española aún le quedaba muy lejos. ¿Cómo influyó su padre en su vida profesional y personal?

Mi padre era catedrático e hijo de catedrático y tenía unas grandes aptitudes pedagógicas y con una verdadera devoción por la enseñanza. Gran parte de las asignaturas que estudiaba me las preparaba él, especialmente el Latín, la Historia, la Geografía…; pero sin necesidad de ir marcando una clara línea política. Simplemente con lo que te iba enseñando, te daba una visión del mundo, de tu propia patria y de su historia. Yo, además, tenía curiosidad. A los 15 años leí la primera versión de No fue posible la paz y, naturalmente, le pregunté todo lo que quise y me dio las respuestas. Era una educación dura, sin demasiadas concesiones, pero amable, porque éramos una familia muy bien avenida. Fuerte, exigente, pero amable.

España entró en la Unión Europea como quien vuelve a casa; como diciendo: “Hemos vuelto a un sitio que es donde teníamos que estar”

¿No tuvo, nunca, las ganas de rebelarse, de ser distinto?

No. nunca he tenido esa tentación. Es más, siempre pensaba en ser catedrático –él trabajaba de abogado en aquel momento–; aunque, luego, en lo que de verdad he trabajado toda mi vida es en la abogacía. Pero el ideal era ser catedrático.

Decía que leyó el libro de su padre: ¿de verdad no fue posible la paz?

Posible, posible… yo creo que sí, pero extremadamente difícil. ¿Por qué lo digo? Porque hubiera hecho falta no sólo unas condiciones económicas diferentes –este era un país en plena crisis económica, además de sufrir una enorme crisis social por el altísimo nivel de paro y por las condiciones de vida en el campo–, sino que las élites españolas tuvieran conciencia de esa enorme crisis. No se dieron cuenta –ni a derecha, ni a izquierda– de que estaban jugando en una hoguera, con algo que podía estallar en cualquier momento. Creo que al final, en el año 36 sí se dieron cuenta y algunos discursos –de un lado y de otro–, lo ponían de manifiesto: unos porque querían que estallara, y otros porque no querían… pero solo al final. Durante la primera parte de la vida de la República, una parte de los republicanos no lo vieron, y algunos especialmente.

Llegamos tarde…

Acabamos en guerra civil después de un proceso de cinco años de reactivación de los odios y de neutralización de los que querían una España moderada. El proceso de decir “aquí solo puede quedar una mitad”, al final, sólo puede quedar una mitad, la que gana. Esa es la cuestión.

Todavía hay resquemores de esa época

Las guerras civiles tienen unos efectos de, por lo menos, cien años. Es la experiencia de la historia, como la de Estados Unidos: el sur, durante un siglo ha sido inaccesible para los que representó la victoria de su guerra. Hoy, en algunas comunidades autónomas aún se vota pensando: “Estos son los que ganaron”, “estos los que perdieron”…

Las guerras civiles tienen unos efectos de, por lo menos, cien años

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Me citó en su casa de Pozuelo, en Madrid. Y ahí, en una habitación donde debe de trabajar habitualmente ahora retirado de la palestra pública, hablamos largo y tendido, rodeados de un ordenador, una mesa, papeles, una foto de su primera mujer y libros. Muchos libros: de Derecho y Economía; de política y de Europa…; y alguna novela de ficción. Que de eso también lee José María Gil-Robles y Gil-Delgado. Hombre de letras, acabó dedicándose, durante gran parte de su vida, a la política, veinte años de los cuales, a la europea. Diputado del Parlamento Europeo del 89 al 2004: vicepresidente del 94 al 97 y presidente del 97 hasta julio de 1999. Y seguiríamos nombrando los cargos de no ser porque el papel apremia. Tanto, como libros había en esa habitación… ¡Ah! Y una torre de aire acondicionado portátil, que el septiembre madrileño es caluroso, a pesar del fuerte descenso de las temperaturas…

¿Se desvanece el “sueño europeo”?

No, yo creo que… Hace unos meses, casi un año, en una entrevista radiofónica, dije: “Europa no se hunde”, y eso tuvo mucha repercusión porque era cuando estábamos en plena crisis. Pero no se ha hundido: ni el euro se ha hundido. Lo predijo Jean Monnet: “Europa se hace a golpe de crisis”; y en estas estamos. Monnet Comparaba la construcción europea como un árbol que ya tiene las raíces muy sólidas y que, por lo tanto, aguantará todas las crisis que vengan después. La clave es entender que la Unión Europea sigue siendo una construcción que se está haciendo y que cada crisis nos obliga a remediar las deficiencias que vamos viendo.

Eso implica, a veces, tomar medidas drásticas

Sí, como que el Banco Central Europeo controle el sistema financiero de cada país: ya no lo tienen los bancos correspondientes, cosa que no era así hasta hace 3 o 4 años. O el hecho de que las grandes orientaciones de política económica también hayan pasado a las instituciones europeas. Es lo que se llama el “semestre europeo”, que implica que el presupuesto hay que presentarlo antes de una determinada fecha de octubre, y el consejo del conjunto de los Estados miembro es quien le dice al otro: “Oiga, usted va por el buen camino, o tiene que ir por este otro”. El Estado sigue siendo dueño de elegir si va por ese camino o no, pero si no va, le van a hacer toda clase de presiones y de multas para que vaya.

Es decir, las grandes orientaciones pasan por Bruselas

Efectivamente. Y las otras, una las tiene el señor Montoro, otras la Generalitat, otras la Junta de Castilla y León… a su nivel correspondiente. Visto que no podemos tomar decisiones por nuestra cuenta, se toman cartas en el asunto. El último que quiso decidir por separado fue el señor Zapatero y le llamaron al orden y tuvo que pegar un volantazo en su último momento…; ahora sus sucesores nos hablan de cambio, pero no nos explican en qué va a consistir ese cambio: si quieren volver a dar el volantazo y volver atrás, o no… porque lo que ha hecho el Gobierno en los últimos años ha sido ser consecuente con el volantazo de Zapatero, que es el que ha venido orientado desde las instituciones europeas. Esto es lo que hay. Los griegos intentaron una aventura distinta y se les ha reconducido. Los portugueses, lo mismo también, y se está reconduciendo al sistema que tenían después del rescate. Eso está así.

Estamos en un mismo barco: si se hunde uno, se hunden todos…

Entre todos hay que mantenerlo. Esto es lo que se llama “solidaridad europea”.

El Brexit, ¿lo puede hundir o, por lo menos, enrocar?

Es muy fácil decir “nosotros nos vamos de la UE”; pero los lazos, hoy, son tan fuertes que no te puedes irte del todo: se han dado cuenta al día siguiente de decir “nos vamos”. Hablar de desconexiones es muy sencillo, pero hacerlas es complicadísimo.

Todo el mundo admira la Transición, pero en la Transición, nadie consiguió todo lo que quería

¿Por qué tendría que ser tan complicado? Hay que invocar el artículo 50 y ya…

Y, ¿qué va a pasar con el sistema financiero, siendo ellos uno de los corazones de Europa? ¿Van a desconectar del resto del cuerpo de Europa, con lo que se va a hacer un corazón en otro sitio, seguramente en Frankfurt? ¿Y ellos se van a quedar siendo un corazón extracorpóreo, es decir, sin un cuerpo fuerte? Es un primer problema gordísimo. Por otro lado, como la mayor parte de nosotros, Gran Bretaña comercia con el resto de la Unión Europea, mucho más que con la Commonwealth, o con los Estados Unidos. Eso, yo supongo que querrán mantenerlo, si no, es la ruina. Y habría que ver, pues, cómo preservarlo… Hasta ahora tenemos la experiencia noruega, que están como dentro de la UE, pero sin participar de las decisiones y pagando, eso sí. O un sistema como el de los suizos que tienen una serie de acuerdos bilaterales, pero que presentan muchas dificultades y que al final acaban haciendo lo mismo que Noruega, es decir, lo mismo que el resto de la UE, porque no es posible que uno haga cosas distintas en un conjunto: eso habría que inventárselo y, por lo tanto, negociar. Y negociar lleva su tiempo. Al final, pues, o se quedan prácticamente como están, pero influyendo menos –lo cual es muy incómodo–, o rompen de verdad; y romper de verdad es la ruina. Y no lo van a hacer.

O sea: no acabarán rompiendo

No. Creo que mantendrán la mayor parte de los lazos. De otra forma, aparentando mayor independencia, que toman las decisiones porque quieren, como los suizos, pero que al final no tienen más remedio que tomarlas…

El terrorismo yihaidista sí se está convirtiendo en un verdadero problema para Europa, ¿no cree?

Sí, por supuesto. Y es una crisis muy difícil porque el enemigo es de una condición nueva. Tener un enemigo común fortalece, pero a condición de que lo identifiques: es decir, este es un conflicto de características nuevas, no es una guerra clásica. Tú puedes tener un problema con Rusia, pero sabes cómo manejarlo. Incluso ahora sabemos cómo no llegar a las armas. Ya lo tenemos bastante controlado. Pero, en cambio aquí, el enemigo lo tienes dentro. Esto no es tan sencillo. En España tenemos más práctica porque con ETA estamos mucho más entrenados, pero en el resto de Europa, no; no era comparable la amenaza de las brigadas rojas, o lo que tuvo en su momento Francia con la OAS. Es un problema nuevo, pero además no es un problema sólo de orden público, sino de minorías y de integración de culturas. Tenemos que aprender a manejarlo y no es sencillo, todavía.

Paz y prosperidad fueron los dos grandes ejes de los comienzos. Podemos volver a tener problemas con la paz…

Efectivamente, la paz hoy ya se da por conseguida en el interior de la Unión Europea, pero el terrorismo la remueve. Por eso se pide a Bruselas que busque la seguridad interior necesaria, pero aún es una demanda que no se ha visto respondida. En cuanto a la seguridad exterior, la gente no es consciente de que las instituciones europeas no tienen competencias, pero se traduce en que ni hace nada, ni sirve de nada; aunque quizá sirva más de lo que los ciudadanos piensan.

La Unión Europea sigue siendo una construcción que se está haciendo y que cada crisis nos obliga a remediar las deficiencias que vamos viendo

¿Y la prosperidad?

La paz se da por conquistada, pero la prosperidad se ve lejos… Al principio, se veía Europa como una “vaca lechera” y ahora, en cambio, no deja de pedir a través de recortes y más recortes. Pero el problema estriba en que a nadie se le explica que los ajustes y los recortes son una exigencia de la economía y, por tanto, no es que lo exija la Unión, sino que hay que hacerlos. Los exigen los propios Estados miembros cuando se reúnen entre sí. No hay otra solución. Pero se le vende al ciudadano que si es Bruselas, que si es la Merkel, o es la Comisión… o el sursum corda.

¿Qué querían los padres fundadores y quizá no está siendo así?

Los fundadores vieron una cuestión muy clara: que hay que sustituir el pelearse por el asociarse. La guerra por el acuerdo. Pero gobernar a base de acuerdos es muy difícil. Muy difícil. Pensemos qué pasaría si tuviesen que reunirse todos los años, por estas fechas, los consejeros de Hacienda de las diecisiete comunidades autónomas españolas para ponerse de acuerdo en un presupuesto. Esto es lo que hacen en Europa cada cinco años. ¡Y se ponen de acuerdo! Esto es un gran éxito de la Unión. Están hasta altas horas de la noche tirándose de los pelos diciendo quién es el que roba a cada uno, quién es el que pone más, quién el que menos, el que sale perjudicado, etc… Y esto es así porque los fundadores quisieron que fuera así. Lo que pasa es que estamos viviendo la historia desde dentro y no nos damos cuenta –sobre todo los europeístas– de que los procesos históricos son lentísimos, y el proceso europeo –que está ‘en construcción’, repito– es muy lento. Al principio, cuadrar seis voluntades era relativamente fácil. Hoy ya somos veintisiete. Eso es muy complicado.

¿Qué ha aportado España en la UE?

España entró en la Unión Europea como quien vuelve a casa; como diciendo: “Hemos vuelto a un sitio que es donde teníamos que estar”. Nos ha interesado y hemos tenido, en general, una línea muy integracionista. Además, hemos hecho una gran presión para que la Unión reactive las relaciones con América Latina. También, la actuación de los eurodiputados españoles en los procesos de paz de América Central fue muy importante. Por otro lado, hemos aportado a Europa un refuerzo de la dimensión mediterránea. Y algunos diputados catalanes como Antoni Gutiérrez Díaz, de Iniciativa per Catalunya o Carles Gasóliba, de Convergència, por ejemplo, tuvieron un gran papel en ello. También los italianos y los franceses, pero los españoles insistimos mucho en este tema.

Los fundadores de la Unión Europea vieron una cuestión muy clara: que hay que sustituir el pelearse por el asociarse. La guerra por el acuerdo

Por poco somos arrastrados por Grecia

Grecia ha sido un intento por salirse, un intento de “economía bolivariana” en Europa, y lo que se ha visto es que eso no funciona: no puede vivir en los límites del mercado común, es irrealizable. Al final hay que entrar por el aro. Además, ha puesto de manifiesto los lazos, sobre todo el euro, son ya muy fuertes.

¿Cómo ve la situación política española actual?

Es una situación de impasse…

Un impasse muy largo…

Sí, para lo que estamos acostumbrados en España, que queremos que las cosas se resuelvan de modo muy rápido y, además, conforme a lo que a cada uno nos apetece. Todavía no nos damos cuenta de que llegar a soluciones políticas supone ceder. Todo el mundo admira la Transición, pero en la Transición (yo solo tuve protagonismo en la primera parte, no en la segunda, no en la definitiva), nadie consiguió todo lo que quería. Por eso fue posible la Transición. Ahora, hasta que no se llegue a ese convencimiento, no es posible hacer nada.

¿Falta liderazgo, aquí y en Europa?

El de Europa es siempre un liderazgo en concertación. Es decir: tú tienes que liderar el posible acuerdo. Ese existe, lo que pasa es que es muy lento. Hoy lo tiene el eje franco-alemán: Merkel y Hollande. Ni la situación italiana permite que haya un tercero, ni la española; y los ingleses se han quitado de en medio. Y aquí estamos en una situación en donde nos empeñamos en que el liderazgo consista en evitar que uno lidere. Eso, lo único a lo que conduce es a la parálisis.

Pero, ¿recomendaría dedicarse a la política, para los nuevos líderes?

El ciudadano de a pie suele pensar que el trabajo político solo consiste en la parte buena, pero nada más lejos de la realidad: en veinte años he visto morir de un ataque del corazón a tres de mis compañeros eurodiputados. Otros, no nos morimos de ataque al corazón, pero lo llevamos a cuestas…: yo lo he padecido, lo reconozco. Ahora bien, al que le guste, sí se lo recomendaría. Es una vocación. Por decirlo en términos entendibles: es un “venenillo”. Si uno tiene el “venenillo de la política” debe dedicarse a ella. Si no lo tiene, es insoportable.

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* Entrevista que se publicó en la revista de la UIC, en el año 2017. (Fotos: David Alén)

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