La piedra y el hombre

Me llega este texto:

El distraído tropezó con ella;
el violento la utilizó como proyectil;
el emprendedor construyó con ella;
el campesino, cansado, la utilizó como asiento;
Drummond de Andrade, la poetizó –“En mitad del camino, había una piedra”–;
David, la utilizó para derrotar a Goliat;
Michelangelo le sacó la más bella de las esculturas.

Me ha gustado: al final, las cosas que nos rodean pueden variar mucho, según el prisma por el que miremos. La piedra será la misma; lo que cambia es quien la encuentra. Es como eso de ver la botella medio llena o medio vacía.

Ayer leía una entrevista a alguien –ahora no recuerdo a quien, ya lo siento– que decía que él era pesimista. Porque sí. Y, claro, veía las cosas siempre desde un prisma muy negro, que digamos. A mí no me parece que ser optimista en los tiempos que corren sea falta de realismo: la piedra es la misma realidad, pero dependerá de cómo la mires, para saber si, por lo menos –no cualquiera es Michelangelo–, puedes hacer que otros extraigan lo mejor de ella: que esta es la función del buen líder.

Supongo que es este optimismo el que me lleva a pensar que, algún día, los políticos que tenemos decidirán gobernar para nosotros, y no para ellos, calentadores de butacas señoriales, y mirar con perspectiva de futuro, no a cuatro años vista.

Llevamos, ya, quince días de 2018 y, mutatis mutandi, podemos ver este año nuevo como un cúmulo de obstáculos que tenemos que superar, o hacer de cada día algo realmente nuevo. Son las 365 oportunidades de las que hablaba hace justo un año.

Cuando escribía este texto, me llegó la triste noticia del fallecimiento de Pedro, un chico de 21 años, al que tuve la suerte de tratar brevemente, hace un tiempo. Poco después le diagnosticaron un cáncer que acabaría llevándoselo. Se diría que fue una vida desperdiciada –¡era demasiado joven para morir!–; pero los que le han conocido, por poco que haya sido, como yo, han descubierto a un hombre que supo extraer lo mejor de cada una de las piedras que se encontró por el camino. Su sonrisa lo delataba.

Por suerte, aún quedan las universidades que, siendo lo que deben ser –foros de búsqueda de la verdad– nos ayudan a descubrir los nuevos michelangelos y, sobre todo, a descubrirnos. Que sí: todavía es posible enamorase de la humanidad, como los ángeles de la fantástica El cielo sobre Berlín.

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