Silencio: ¡es Navidad!

Hace poco tuve la oportunidad de escuchar el silencio. Lo he hecho a menudo, y creo que es un ejercicio altamente recomendable. A veces, el silencio hace ruido de nieve cuando cae en las calles de la ciudad; otras, son los campos sembrados o montañas, con los ladridos de perro a lo lejos, el rebaño de ovejas o bueyes que hacen sonar el cencerro, mientras el viento sopla suavemente… La naturaleza nos da muchas formas de silencio, y ser capaces de estar en él, nos hace más señores de nosotros mismos. No es sólo un recogerse en sí mismo, abstrayéndose de todo lo que nos rodea, como una especie de nirvana, sino que hay que escuchar el silencio. Es una actitud, no una pasión.

“Navidad es tiempo de regalar”. Lo dice –lo clama– estos días una empresa de cuyo nombre no quiero acordarme. Lo vi de pasada y me hizo pensar en lo que realmente significan estas fiestas. No es verdad: Navidad es tiempo de silencio; del silencio de una cueva y un establo, de un anuncio glorioso y unos pastores, de un buey y una mula, de una Madre Virgen, y un José que no sabe cómo ingeniárselas para que su Hijo no tenga frío. Y no es un silencio triste, de caras largas. Nada más lejos de la realidad.

Navidad es tiempo de constante paradoja: un Dios que se hace Niño; un Rey que nace en un establo –y un establo, por más que nos esforcemos en nuestros belenes, no es un lugar agradable donde nacer–; unas manos que “siendo tan pequeñitas formaron el mundo”; un Creador que no tiene nada; un silencio ensordecedor que sólo escuchan unos sencillos pastores y que, en su humildad, no ven extraño este abajamiento; la soberbia del rey que piensa que un nuevo Rey viene a usurpar el trono y la prepotencia lo lleva a hacer uno de los disparates más grandes de la historia: la matanza de los inocentes, cuyo eco aún hoy resuena con fuerza porque no les dejan llorar…

Es Navidad, y vale la pena escuchar la belleza del ruidoso silencio –misterioso– de Belén. Los pastores supieron hacerlo porque eran grandes niños, y tuvieron el honor de mirar al Niño y, aún más importante, de sentirse mirados. Un poco como lo que pasó la Navidad de 1914 y que tan bien refleja lo que llaman –con razón– el mejor anuncio de estas fiestas.

¡Que tengáis un muy feliz Navidad y feliz año nuevo 2015!

 

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