La cobardía de la democracia

Ya me perdonaréis si vuelvo a hacer mención a la visita de Auschwitz. Pero creo que después de estar imbuidos por unas cuantas producciones cinematográficas y ver la realidad de lo que fue, no se puede no salir de ese campo, al menos, pensativo. Es raro encontrarse –u oír hablar– a alguien que diga que aquello fue justo, o necesario, o cualquier otro disparate.

Es extraño, digo, encontrarse con alguien que no acepte que matar a otra persona –por el motivo que sea– es inhumano. Incluso cuando es en defensa propia, que no se busca directamente esta finalidad. Quien mata, ves que lo hace embriagado de alguna ideología, o engañado, o porque está enfermo, o por un apasionamiento mal conducido…; sea como sea, te das cuenta de que algo no va bien. Y cuando el asesinado es el más inocente, el más indefenso –como las tristes imágenes de niños que a menudo nos ofrecen las guerras de todo el mundo–, entonces el horror que uno siente aún es mayor.

A veces no entiendo por qué este sentido común falta cuando hablamos del aborto. Quienes lo defienden en España dicen que antes de la semana catorce no hay “base científica” para hablar de un ser humano. Está claro. Y si hay grave peligro en la salud de la madre o del feto, el ser humano sólo “aparece” a partir de la semana veintidós. Está clarísimo…

¿No sería más lógico –más científico– pensar que lo que acabamos viendo como nuestro hijo –un ser humano como nosotros– lo es antes, durante, y después de pasados los nueve meses? Si no, podemos acabar aceptando cosas tan absurdas como que en Francia o Alemania –donde está permitido abortar hasta la semana doce– los fetos son más tiempo seres humanos que en España; y que lo son aún más nuestros vecinos de Portugal, donde por ley se puede abortar “sólo” hasta la décima semana. En tiempo de los romanos –que ya entonces se abortaba: que no me vengan con argumentos supuestamente “progresistas”–, hasta cierto punto se pueden aceptar estos planteamientos, porque realmente no se sabía qué había dentro de la madre. Pero, hoy, ¡que tenemos tantos sistemas –científicos, repito– para saberlo…!

Que el aborto es un drama lo acepta el de más a la izquierda y el de más a la derecha. Nadie querría nunca encontrarse ante la situación de la mujer que se ve abocada a un final así. Hay que comprenderla y hay que ayudarla. Por ello, se busca una adecuada –dicen– educación que evite los embarazos no deseados y, por si acaso, se amplían los supuestos de cuándo se puede acabar con el nonato. ¿Resultado? Los números siguen aumentando año tras año, y España ya es el tercer país, después de Francia y del Reino Unido, con mayor número de abortos.

Si realmente se considera un drama esta evolución y se quieren disminuir los abortos, ¿por qué no se empieza, por ejemplo, por indicar, por ley, que las madres tengan que mirar una ecografía o que se les haya de explicar, de verdad, qué significa abortar? Algunos dirán que esto es una insensatez que sólo provocará un daño psíquico a la madre. Pero, ¿no estamos en democracia, uno de cuyos pilares es la libertad de información y, por tanto, cuanto más conocimiento tengo de la realidad más libre soy?

Cuando hablo de todo esto me doy cuenta de que la democracia parece que a algunos les impide ser más libres. Los que prometían a su electorado un cambio en la ley del aborto ya hacían poco y ahora –aún con mayoría absolutísima– se dan un paso atrás y dicen que no harán nada. Y, cuando los demás suben, resulta que se sienten con la autoridad de cambiarlo todo, y dicen que lo hacen en respuesta a una aclamación general, aunque se acabe demostrando que no es así.

Es triste que, al final, la democracia a menudo acabe siendo un tener los ojos fijos en los votos y no en el sentido común que se debería poner en una ley que no defiende al más indefenso. Quizás, frente a los vientos que vienen, tienen miedo a perder esa mayoría… La democracia los acobarda. Y eso es muy triste.

(Me quedo con una imagen que me pasó mi hermana y muestra -a mi parecer- la belleza de la vida)

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