De aceiteras y sentido común

Por motivos que no vienen al caso, estos días como con más frecuencia en la cafetería de la UIC. Me molesta –lo diría más duramente, pero prefiero abstenerme– cada vez que tengo que coger el aceite: no porque sea malo –al contrario: ¡es mejor el que hay ahora!– sino porque me siento cohibido. Me molesta que durante tantos años no haya habido problema con el aceite de siempre –el que viene en esas fantásticas aceiteras inventadas por el arquitecto Rafael Marquina: no he visto otras iguales–, y ahora vengan y me digan que, por ley, no se puede usar el aceite en una aceitera. Y ya está: que debe ser de botella cerrada herméticamente y que, cuando la abres, ya es imposible no pringarse. El “papá Estado” ha pensado en ti –dicen– para que no tengas problemas gástricos o similares; y el “papá Estado” lo legisla todo: hasta que llegamos al punto –les digo yo– en que no podremos ni estornudar tranquilamente sin que el vecino nos denuncie y haga que nos caiga una multa centenaria –al 50%, si la pagas pronto, ¡eso sí!– por “haber alterado el orden y la higiene públicos”. Quizás el “papá Estado” tenga razón, pero me mosquea que continuamente se mete donde no le piden, y allí donde debería prevalecer el sentido común y el criterio –moral, también–, ponen una ley y hace aún menos común este sentido.

Ahora bien, el “papá Estado” dice que no puede hacer nada con los party boat, en nombre de la libertad de los que ya son mayores y –porque quieren– alquilan el barco y se emborrachan hasta casi –o sin el “casi”– perder el conocimiento.

Mientras tanto, los alemanes meten 7 goles –así, en números– en la portería de los brasileños. Y los holandeses y los argentinos no querían ganar, sino simplemente no perder, castigando a sus seguidores a un aburridísimo partido. Esto es grave. Pero más grave es que muera uno, por las movidas ocasionadas tras el partido del 7. Y que, como dice el viajero ninja , nos tomemos tan en serio lo que no lo es. O que la noticia de Francia la den las nuevas gafas no francesas del presidente francés, y que la de Los Ángeles sea que el niñato Bieber haya sido condenado a dos años de libertad condicional por vandalismo.

Y grave es que el “papá Estado” tampoco haya sido capaz de ver la estafa del “chorizo” de Let’s Gowex, sino que ha tenido que ser un Batman de una misteriosa firma llamada Gotham City Research quien haya puesto patas arriba toda la trampa que se había montado. Quizás el Batman en cuestión debería hacer lo mismo con todos los hongos corruptos que salen por doquier.

Repito que el problema es mucho más profundo. El “papá Estado” puede ir legislando todo lo que se le antoje, pero hasta que no nos decidamos a poner unas bases a nuestros comportamientos, la cosa seguirá igual. La abundante corrupción aflora cada vez más y nos quejamos –con razón–; pero sin fundamentos, el que hoy se queja y mañana está en la misma situación que aquel político, o empresario, o cantante, hará lo mismo. A menudo ponemos el grito en el cielo, no tanto por indignación, sino por envidia; y, así, las cosas no van.

Vuelvo a las aceiteras: tanta legislación es inútil si no va respaldada por un razonamiento. Quien quiere educar a los hijos sabe que esta es la mejor solución. En algún momento será necesario el castigo, pero después, cuando de verdad han aprendido la lección, es cuando los coges aparte y les explicas en qué se han equivocado o en qué deben mejorar. Mutatis mutandi, es urgente una educación profunda para recuperar estas bases que ponen cada cosa en su lugar. Sentido común; desgraciadamente, el menos común de los sentidos.

mafalda-autoridad

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