Todos quieren independencia

Todo el mundo quiere independencia. A los dieciocho años, el adolescente entrando en la madurez tiene ganas de llegar a la universidad para vivir su vida, independiente de la de sus padres. Si pudiera, iría a una universidad lejos de su casa, pero, tal vez por miedo e inseguridad, prefiere quedarse con lo que ya tiene: “Más vale loco conocido que sabio por conocer”, se excusan… Aquí, en general, las cosas van así: pocos son los que en realidad se aventuran allende las fronteras; no es fácil empezar una vida totalmente nueva, emprender nuevos caminos, abrir puertas hacia horizontes desconocidos. Descubrir mundo.

A los cuarenta –y a lo que llaman “crisis de los cuarenta”–, el casado o la casada quiere descasarse; el religioso quiere colgar el hábito y entra en crisis pensando si su vocación era realmente una llamada o no más que fruto de su imaginación; el maestro piensa si ha valido la pena dedicar media vida –ahora deberíamos poner la medida más bien en los cincuenta…– a la educación de unos niños que nunca sabe si realmente le han hecho caso, y en qué habría llegado a ser si no se hubiera cerrado en una escuela.

Hoy todo el mundo quiere la independencia, sin ser molestados. Pero eso no existe. Todos nuestros actos son fruto de una decisión más o menos libre y tienen unas implicaciones que no se pueden obviar y que hay que prever, en la medida de nuestras posibilidades. Y quien tiene madurez, esto, lo sabe. El maduro es aquel que sabe vivir el presente, mirando el futuro y no dejándose engañar o atrapar por nostalgias del pasado que, al fin y al cabo, no son más que lastres.

Dicho esto, me parece que sois pocos los que habéis empezado a leer sin pensar en Cataluña. No es el momento –ni me parece el lugar– de decir la mía, pero sí creo que hay que mirar las cosas con perspectiva. Desde Europa, Francia y Córcega miran Cataluña; Italia y la Padania, también; Alemania y Baviera, más de lo mismo; y otro más, Gran Bretaña y Escocia. Podríamos seguir: visto así, no creo que Europa quiera avivar el fuego sino que se solucione un problema –dicen– interno.

Así, pues, visto con perspectiva, también, el “café para todos” parece que se tambalea. A menudo ha acabado siendo un nido de corruptos más interesados ​​en trajes y bigotes, palaus, plazas de parking y cursos “virtuales” que en entender la política como lo hacían Sócrates y Aristóteles, es decir, como un servicio. ¡Ay, con la perspectiva!

Llega un momento en que todo el mundo quiere ser independiente; ¿es bueno o es malo? Depende. El que toma una decisión madurada mira todos los pros y los contras, los estudia, habla con todos los agentes implicados… y decide. Me parece interesante pensar en ello.

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