Cristina Garmendia: Lamento que la educación no genere un consenso más amplio

Cristina Garmendia de Mendizábal (San Sebastián, 1962): bióloga y empresaria. Doctora por la Universidad Autónoma de Madrid y MBA por el IESE. Emprendedora en el campo de la biotecnología –pionera en España en sentar las bases de esta ciencia– y fundadora de Genetrix, empresa que se dedica al desarrollo de tecnologías biomédicas y medicamentos. Es decir, empresaria de mucho prestigio que, como buena donostiarra, nunca ha dejado amedrentarse ante lo nuevo, ante lo que ha tenido que emprender. Incluso cuando el presidente José Luis Rodríguez Zapatero le propuso hacerse cargo de la cartera de un nuevo ministerio, solo existente en su período (2008-2011), durante el cual se lanzaron programas muy ambiciosos como el de excelencia “Severo Ochoa” (que subvencionaba de manera extraordinaria a los mejores centros de investigación científica), o se aprobó la Ley de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación –“la aportación de la que me siento más orgullosa”, dice–, que sustituía a la de 1986 y que, por primera vez, elevaba la innovación a rango de ley, incidiendo en los mecanismos de transferencia de conocimiento entre el sector público y las empresas.

Pero, vista su trayectoria, una de las preguntas casi obligadas es: ¿Por qué entró en política –sin afiliarse a ningún partido–, estando situada en el mundo intelectual como en el que estaba? ¿Qué le llevó a decir que sí?

Llevaba años siendo muy activa en foros, comités asesores y asociaciones, opinando y dando recomendaciones sobre política de I+D. Siempre que podía aportaba mi experiencia como emprendedora biotecnológica y creadora de un fondo de capital riesgo. Esa actividad me permitió conocer a José Luis Rodríguez Zapatero cuando era candidato en un foro en que, precisamente, se defendía la apuesta que el país tenía que hacer por la I+D y se hablaba de la colaboración entre la ciencia y la empresa.

Cuando, más tarde, me ofreció ponerme al frente de un nuevo ministerio para llevar adelante esas ideas, no pude decir que no. Sobre todo porque se estaba confiando plenamente en mí: se estaba poniendo en mis manos un nuevo ministerio que integraba todas las capacidades públicas en materia de investigación e innovación, y se me daba total libertad para establecer la estrategia y elegir a mi equipo. Estoy muy agradecida por esa confianza.

Lo que llama la atención es que no es normal, en España, ver a una mujer de sus características –con prestigio empresarial y académico– enfrascándose en asuntos de gobierno del país… Además, políticos y sociedad, juntos, a menudo suena a ficción, y más ahora que sale tanto la corrupción, ¿no le parece?

Es que tenemos que mirar a los países de mayor tradición democrática. Ahí sí tienen excelentes representante políticos, y su desarrollo social y económico está íntimamente ligado a ellos. En líneas generales, la sociedad civil en esos países sigue muy de cerca la política y sus políticos, opinando, exigiendo y reconociendo el papel que desempeñan. Creo que es muy difícil pensar en un sistema al margen de la política y sus altos representantes, por lo que ojalá la sociedad civil española estuviera más cerca de la política, fuera más exigente con sus representantes y los mejores profesionales de la política, o fuera de ella, estuvieran incentivados para dar un paso adelante.

Viendo su experiencia, ¿cree que tenemos que tender más al político profesional?

Es la eterna cuestión: ¿Debería haber más independientes en el Gobierno? Es verdad, yo llegué a la política desde la empresa privada y he vuelto a la empresa privada, pero siempre he tenido un compromiso institucional, ya sea en el asociacionismo empresarial o participando en consejos asesores de universidades y entidades sin ánimo de lucro. Acepté con gran honor formar parte del Gobierno y, dos años después de mi vuelta a la empresa, me siento una privilegiada por haber tenido esta oportunidad, que me ha hecho respetar aún más el valor de la política y el compromiso público.

Pero no es lo más habitual

Es cierto; ni en los gobiernos nacionales, ni en los autonómicos, a diferencia de lo que ocurre en otros países, y creo que es sano para la política y la vida pública españolas que haya más personas con este perfil.

¿De qué está más orgullosa de su paso por la política?

Fueron años intensos, llenos de trabajo y de decisiones en los que lanzamos iniciativas transformadoras, como el programa “Severo Ochoa de excelencia científica” o la “Compra pública innovadora”, que han abierto nuevos senderos en la investigación y la innovación en España. Pero, sin duda, la aportación más importante –y de la que me siento más orgullosa– es la Ley de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación, por lo que aporta y por lo que representa. La norma sustituye a la Ley de la Ciencia de 1986, que ha servido bien al sistema científico durante 25 años, pero que había sido superada por la realidad y, especialmente, por la necesidad de regular e incentivar la transferencia de tecnología y el apoyo a la innovación como actividades cotidianas de nuestro sistema público de I+D. Confío en que la Ley dure tanto y aporte tan buenos frutos como su predecesora. Desde luego, cuenta con el mejor activo para ello: con el consenso político de los principales partidos del arco parlamentario.

¿Cuál es la situación científica en España?

Aquí se ha hecho un esfuerzo importantísimo en la última década por mejorar su sistema de I+D. Cuando estuve al frente del Ministerio decía –y lo sigo diciendo– que las capacidades científicas que tenemos son un activo importantísimo sobre los que asentar la competitividad de nuestra economía y que en este periodo de crisis, más que nunca, tenemos que aprovechar esas capacidades para generar retornos económicos a la sociedad, para generar nuevas oportunidades de negocio y empleos cualificados. Quizás la comunidad científica ha vivido demasiado al margen de la realidad económica que le rodea, no ha estado suficientemente interesada ni incentivada para transferir sus resultados al sistema empresarial.

El binomio investigación-universidad y empresa, ¿no se ha acabado de comprender?

Es un hecho que la mayoría de nuestras empresas no han entendido que para mejorar su competitividad deben incorporar nuevos desarrollos científicos y tecnológicos en los bienes y servicios que producen, y, por lo tanto, no han generado un nivel de interlocución eficiente con el mundo de la investigación. No obstante, en la última década hemos avanzado mucho con nuevas herramientas para paliar estos déficits –algunas de ellas desarrolladas en mi paso por el Gobierno–. Estamos en mejor disposición que nunca para transferir de forma eficiente los resultados científicos al tejido productivo. Pero no podremos lograrlo si no conservamos nuestras capacidades científicas desde la inversión pública; si perdemos los liderazgos científicos que tantas décadas nos ha costado construir. Conviene recordar que los países que hoy consideramos potencias económicas son todos ellos potencias científicas

El problema, me parece, está en que seguimos con los recortes, y la universidad pública sigue dependiendo casi totalmente de las arcas del Gobierno. Quizá habrá que tender a un estilo de universidad más autogestionable y autorentable (o autorentalibizador); quizá más al estilo americano

La financiación es importante, pero no es la única clave. La especialización y la mejora de la gobernanza son, sin duda, retos que la universidad pública española no ha resuelto y tiene que abordar en los próximos años. También tiene que colaborar más intensamente con el sector privado, para valorizar y transferir el importante conocimiento que genera. Dicho esto, no hay que engañarse: los recursos que se obtienen por la colaboración con empresas en las research universities americanas no permiten cubrir más que una pequeña parte de los costes. Las grants de investigación del Gobierno federal de EE. UU. y las matrículas de los alumnos son mucho más importantes y nadie se plantea que eso les genere un problema de sostenibilidad. Es cierto que también cuentan con importantes donativos, una figura que es difícil de imaginar a corto plazo en nuestro país.

Es decir: responsabilidad compartida

Sí, claro: los gobiernos nacional y regionales no son los únicos responsables de que las universidades no funcionen mejor, pero tienen que garantizar una financiación que permita a las universidades ser eficientes y competitivas. Junto a eso, las propias universidades también tienen un papel. El hecho de que algunas funcionen mejor y otras peor –y que dentro de cada una de ellas haya centros y departamentos más y menos exitosos–, jugando todas con las mismas reglas y con niveles de financiación semejantes, demuestra que todas tienen margen para mejorar.

¿Cree que la educación en España está en su mejor momento?

A mí me gusta decir que la educación es la primera política económica del país. Y no lo digo para minusvalorar la función social de la educación, sino para destacar que es también un pilar fundamental sobre el que construir una economía del conocimiento más competitiva. Lamento que la educación no genere un consenso más amplio como prioridad nacional, no solo entre los partidos políticos, sino también entre los agentes sociales y económicos.

¿Qué novedades introduciría en el modelo educativo?

La universidad no puede ser la única protagonista en la conversión del conocimiento en desarrollo económico. Tiene que aprender a cooperar de forma más intensa con los agentes económicos. Como dice Daniel Innerarity, una de las características de la sociedad del conocimiento es que la universidad ha perdido el monopolio en la generación del saber que tuvo durante siglos. Algo que no es malo, porque no supone que la universidad sea menos relevante, o menos sabia, sino que la sociedad en su conjunto se ha hecho más inteligente.

Por tanto, la universidad tiene que aprender primero a ser, ella misma, más innovadora: con el cambio, con los nuevos enfoques, con la necesaria renovación de sus planteamientos en un mundo en transformación.

¿Nos ayudará a salir de la crisis?

Soy una convencida de que la I+D+i es una palanca de competitividad y de crecimiento, con crisis y sin crisis. Hay numerosos estudios que muestran que las empresas que invierten en innovación tienen mejores resultados y exportan más. Y la propia crisis nos lo está demostrando: las empresas más innovadoras y más internacionalizadas están superando mejor las dificultades, incluido las de sectores tradicionalmente considerados “poco intensivos en tecnología”, como la construcción o la alimentación, por citar dos ejemplos.

El problema es que se nos van muchos jóvenes a probar suerte fuera

Sí. Conozco particularmente el caso de los investigadores y tecnólogos; no obstante, lo primero que hay que tener presente es que, en los últimos 25 años, España ha pasado de ocupar el puesto 30 en el ranking mundial de producción científica a situarse entre los 10 primeros países. Esto no hubiera sido posible si no tuviéramos a muchos de nuestros cerebros trabajando aquí. Hemos sido capaces, durante años, de atraer y retener talento. Parece que esta tendencia se está revirtiendo –en parte por la disminución de ayudas públicas a la I+D+i– y a muchos de nuestros mejores jóvenes investigadores les cuesta encontrar un hueco. Ciertamente, la investigación es global y la carrera de todo buen científico debe incluir estancias fuera de España. En ese sentido, es bueno que salgan. El problema se produce cuando el saldo neto de los que salen y los que entran es negativo y cuando la imagen internacional de España como país de ciencia se deteriora. En ese sentido, entiendo la preocupación de los jóvenes investigadores que necesitan tener certidumbre sobre la evolución de las ayudas públicas a su formación y contratación en el sistema público de investigación.

Y si a todo esto le añadimos el envejecimiento de la población… Usted predijo hace poco que para el 2025 la mayoría de la población europea será de más de 65 años

Efectivamente, el envejecimiento es uno de los muchos retos que compartimos con Europa, entre los que también se encuentran el abastecimiento de energía, el cambio climático, la seguridad alimentaria o el transporte inteligente. Todos ellos superan nuestras fronteras nacionales y, en todos ellos, la investigación y la innovación juegan un papel esencial. Ahora bien, son desafíos demasiado grandes como para que solo la Administración o solo la universidad o solo la empresa los afronten. Necesitamos una cooperación más intensa que alinee la producción de mejor conocimiento, la puesta en el mercado de soluciones y el desarrollo de políticas más inteligentes. Y, desde luego, el compromiso ciudadano.

¿Se puede ser optimista, con el futuro que se nos cae encima?

Creo en el optimismo como actitud, pero me gusta fundamentarlo. Pienso que España y Europa tienen capacidades y talento para afrontar este y otros muchos retos. Pensemos en este tema del envejecimiento, por ejemplo. Claro que hay que revertir la demografía: es preciso equilibrar la pirámide de población pero, aunque lo hagamos, nos encontraremos con un número creciente de ciudadanos que viven más tiempo: en unas décadas la etapa de ancianidad con salud deteriorada puede suponer hasta el 20% de la vida, con el coste personal y sociosanitario que eso representa. Lo que no podemos es quedarnos cruzados de brazos: hay que poner en juego la mejor investigación para mejorar la prevención y proveer mejores cuidados a crónicos y dependientes. Y España cuenta en este ámbito con investigación y capacidad tecnológica empresarial de primer nivel –así como ejemplos pienso en Galicia y el País Vasco– con importantes programas de innovación tecnológica en los sistemas de salud.

Así es como lo veo yo: España ha crecido mucho –y se ha hecho rica– en muy poco tiempo; la libertad que nos ha dado la democracia a menudo nos ha hecho perder el norte, y el supuesto “Estado del bienestar” a algunas personas les ha llevado a apoltronarse en su sede. Todo esto ha explotado, como una burbuja, y ahora nos toca purgar. El problema es que, pasado esto, los que puedan olvidarán y volverán a actuar de igual modo. ¿Cree que es así? ¿Qué nos está pasando?

También a mí es algo que me preocupa. Creo que en España estamos viviendo la convergencia de tres crisis: la económica, la institucional –que se refleja en la desafección que menciona– y la del modelo territorial. Las tres son complejas y, sufridas al mismo tiempo, están provocando mucha tensión. Pese a todo, creo que la sociedad española está dando muestra de un civismo y una madurez encomiables, a pesar de las dificultades. Espero que esa madurez nos permita aprender y no repetir ciertos errores.

 

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