«Como Caparrós, no hay dos»

Hace ya unos cuantos años, José María Caparrós Lera escribía una reseña crítica sobre una obra del dramaturgo Alfonso Paso, a quien no hizo demasiada gracia. Tanto fue así, que al día siguiente, el dramaturgo en cuestión escribió un artículo donde mostró claramente su enojo diciendo esta frase de: “Como Caparrós, no hay dos”.

Hoy, el catedrático emérito de Historia Contemporánea y Cine de la Universidad de Barcelona, José María Caparrós, nos ha dejado, tras una larga enfermedad que se lo fue comiendo poco a poco. Y lo escribo con pena en el corazón, porque le quería, porque se hacía querer. A su lado, siempre te sentías importante. Fuera lo que fuera lo que le contaras, para él lo era todo, y en ese momento parecía que no había nada más. Cuando le hablaba de mis proyectos, me miraba, me escuchaba, me sonreía y me empujaba a seguir adelante. Creo que se me hará difícil olvidar su hablar tan característico, con aquella “r” gutural francesa que lo hacía auténtico. “Molt bona, Jaume!”, me decía a menudo; y, sin que le hubiera dicho nada, me enviaba un whatsapp de: “Te felicito, doctor, por el excelente análisis del nuevo Blade Runner! Un fuerte abrazo”. Así de normal. Y yo, que pensaba que: “no merezco tanto aprecio de su parte”.

Pero así era: auténtico por su manera de ser –tan sencillo, tan humilde–, y auténtico por su modo de funcionar: fiel a sus convicciones y creencias, fiel a sus amigos y “colegas”, como nos llamaba a todos los que, por un motivo u otro, nos movíamos por su “campo de acción”: el cine. Fue el primero que me acogió, apenas recién salido del “horno” de la licenciatura. Y quien me ayudó mucho en mis primeros artículos sobre cine, y en mi camino hacia el doctorado: no por el área temática –la mía ha sido la narrativa cinematográfica, y la suya la historia contemporánea–, sino por cómo me animaba a hacer aquello, o hablar con este o con aquel, me presentaba a un amigo o me hablaba de este libro, o de esa película…; y todo ello, ya he dicho, sin hacerse ver, sin “molestar”; con cariño. Y diciéndome: “Molt bona, Jaume!”, que me lo decía mucho, sí. Y reía: con una sonrisa contagiosa. Y lo decía de verdad, sinceramente: no para quedar bien. Que todo lo que le explicáramos sus amigos –yo me considero uno de ellos, por lo que me sé un afortunado–, para él era muy grande. Por pequeño que fuera, en realidad.

El día antes de mi defensa de tesis, yo celebraba mi onomástica. Uno de los primeros mensajes que recibí fue suyo: “¡Muchas felicidades, Jaume! Mañana Doctor. Un abrazo fuerte, y tranquilo, que triunfarás, colega”. Lo releo como si oyera su voz, y me emociona. Para él –y para mí– ser colega suyo no era algo distante, sino muy cercano. Le hubiera gustado ir a la defensa, pero acababa de tener una sesión de quimio y no se encontraba bien. Días antes, le regalé un ejemplar de la tesis, que le dediqué: “¡No lo merezco!”, me dijo. Y yo: que sí. “Gracias por la entrañable dedicatoria, Jaume”. Se merecía esto, y mucho más…

He tenido ocasión de estar un par de veces más con él. Una, comiendo en su casa, que me invitó; y en otra, estuvimos charlando en su pequeño despacho de Lesseps. Y ahí, rodeado de libros, películas, el retrato a lápiz que alguien le hizo muy bien, me explicó cómo estaba y cómo el cáncer se lo iba comiendo. Literalmente. Pero no con sangre fría, sino como diciendo “ya me toca ir cerrando las puertas, y no pasa nada”. O, mejor, como nos dijo en la carta que quiso hacernos llegar a sus amigos y colegas, después de fallecer, ya se iba preparándose para su “viaje, a través de la muerte, hacia la próxima etapa de mi vida”. En esta misma carta, nos pedía disculpas por “si en algo os he molestado a lo largo de estos años de trato; no habrá sido por mala voluntad sino por debilidad o no haber estado a la altura… El objetivo de mi vida ha sido –y espero que lo seguirá siendo– servir a Dios y a los hombres en toda circunstancia, especialmente en el trabajo profesional, tantas veces recompensado con vuestra colaboración, confianza y paciencia”.

Que sí: “Como Caparrós, no hay dos”. No: no hay dos. Pero yo, ahora, no lo digo con el afán crítico de Alfonso Paso, sino consciente de que no será fácil encontrar a alguien como él. Nos ha dejado un grande. Seguro que estará esperándonos con los brazos abiertos y, mientras tanto, como dice otro amigo mío, estará viendo la mejor película de su vida.

Descansa en paz, amigo José María. Y muchas gracias.

http://www.sumanthistories.com/wp-content/uploads/2018/03/editorial-jaumefv-caparros-ca.jpg|http://www.sumanthistories.com/wp-content/uploads/2018/03/editorial-jaumefv-caparros-es.jpg

Tags:
No hay comentarios

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.