Albert Cortina: Lo que está en juego es lo que seremos de ahora en adelante como personas

Hace cuatro años, Albert Cortina, abogado y urbanista, fue invitado en Poblet a participar en un seminario internacional sobre la convergencia de las tecnologías emergentes en el ser humano. “Los urbanistas nos hemos preocupado de las ciudades inteligentes y de las tecnologías aplicadas al hábitat, al territorio y al paisaje, así como de los ciudadanos”: que de eso iba a hablar. Pero quizás fuera por el lugar —un entorno monacal que invita a la reflexión—, o quizás por los temas que realmente se tocaron, el rumbo profesional de Cortina hizo un giro de 180 grados. “Descubrí el transhumanismo y sus intenciones en torno a lo que llaman ‘mejoramiento humano’ y cómo las ciencias sociales, la ética y el derecho tienen tanto que decir al respecto”.

El transhumano: un ser humano en transformación, con capacidades físicas y cognitivas superiores a las de un humano normal; a medio camino del posthumano: un ser natural-artificial con unas capacidades que sobrepasan radicalmente las posibilidades del hombre actual. “Esa superioridad —reflexiona Cortina— sería tal que eliminaría cualquier ambigüedad entre un humano y un posthumano: completamente diferente y más perfecto”. Hay mucho dinero en juego —miles de millones de dólares—, en búsqueda de la “singularidad tecnológica”, o lo que llaman, simplemente, “Singularidad”. Calico, por ejemplo, una de las compañías más crípticas de Google, busca dar fin al envejecimiento. Según Ray Kurzweil, director de ingeniería del buscador, acabaremos conectando nuestro cerebro a un exocórtex en la nube, con lo que se multiplicarán exponencialmente nuestras capacidades. Después, asegura Kurzweil, “será anacrónico tener un cuerpo”. Sucederá en 2045: fecha de la Singularidad. En 2008, cuando se fundó la Singularity University, Larry Page, CEO de Google, proclamó: “Necesitamos formar a la gente para cambiar el mundo”.

Cuando lees estas cosas, no sabes si se está hablando de ciencia ficción o de realidad…

Pues solo Calico, fundada en 2013, partió de un presupuesto de más de 1.400 millones de dólares, el doble del anual del CSIC: no parece que lo consideren ciencia ficción, ¿no?

…; ahora bien: es verdad, la ciencia cambia muchas cosas, pero no podrá substituir a la persona; ¿no lo aceptan los transhumanistas?

En realidad, a pesar de que dicen ser herederos del humanismo, es una ideología antihumanista porque no pretende perfeccionar el proyecto humano, sino superarlo: cambiar radicalmente la condición y la naturaleza humanas. Su meta final es que los seres humanos dejen paso a los posthumanos cibernéticos, ya se trate de unos organismos tecnológicos evolucionados o de unos ciborgs lo suficientemente sintéticos como para que la biología y la naturaleza ya no sean determinantes en la evolución.

Lo del “mejoramiento humano”…

Sí, del inglés human enhancement: la pretensión de crear una “nueva humanidad” compuesta por transhumanos y/o posthumanos. Lo simplifican con el símbolo H+, de humane plus. Claro que pueden ser positivas la evolución y la innovación tecnológica, pero cuando se supeditan a potenciar a la persona y a ayudarla en sus necesidades y discapacidades, no para eliminarla. Los transhumanistas son unos tecnoptimistas, pero unos auténticos humanopesimistas. Para ellos, la enfermedad, la vulnerabilidad, el sufrimiento…; incluso la condición mortal, son males que tienen que ser eliminados sí o sí. Por eso yo prefiero el lema del humanismo avanzado: Más Humanos, +H.

¿Es decir?

Es a lo que me refiero en el libro Humanismo avanzado para una sociedad biotecnológica. Un humanismo avanzado basado en una ética universal integradora de los valores que la humanidad ha ido conformando a lo largo de los siglos mediante la sabiduría perenne, las diversas tradiciones religiosas y espirituales y las corrientes del pensamiento humanista. La clave fundamental que propongo es conectar el cerebro con el corazón.

¿En qué sentido?

El transhumanismo y el paradigma tecnocrático únicamente se centran en el cerebro, en la mente, en algunos aspectos reduccionistas de la inteligencia. Por ello creen que la inteligencia artificial, una vez llegue el advenimiento de la Singularidad que profetizan, superará a la inteligencia humana y nos veremos substituidos por entes tecnológicos o por esta especie posthumana de la que hablamos. Lo que propongo es muy distinto: se centra en el desarrollo humano integral, abierto a la trascendencia. En la persona con sus capacidades y vulnerabilidades, en las inteligencias múltiples, incluida la inteligencia espiritual, que es la dimensión genuinamente más humana.

Según los transhumanistas, ¿solo somos el cuerpo y punto? ¿No hay espacio para la dimensión espiritual?

Como digo, hablan de la mente, de la inteligencia, más que del cuerpo o de nuestra interioridad. Algunos piensan que la consciencia emergerá en los nuevos seres posthumanos, como en algún momento ocurrió, durante la evolución, en la especie humana. Es una espiritualidad, a veces, new age, por lo que algunos, al hablar de estos temas, se refieren más bien a la energía, la consciencia universal, etc., más que al alma inmortal en el sentido cristiano. Por supuesto, tienen una visión en las antípodas de la concepción católica de la resurrección de la carne… Igual que los seguidores del new age, los transhumanistas son los nuevos gnósticos del siglo XXI.

Bien: mejoramos y vivimos muchos años, los que queramos, pero después… ¿qué?

Después la “inmortalidad cibernética”. Según Ray Kurzweil, presidente de la Singularity University, centro de investigación transhumanista situado en Silicon Valley y financiado, entre otros, por Google, cuando seamos superlongevos, en el penúltimo estadio, los nanorrobots conectarán nuestro cerebro a un exocórtex en la nube y se nos multiplicarán las capacidades exponencialmente. A continuación, será anacrónico tener un cuerpo biológico y el soporte de nuestro cerebro será artificial, de silicio o un simple holograma. Después, como dice el filósofo transhumanista Max More, en el último estado de esta evolución tecnológica, la vida se extenderá más allá de los confines de la Tierra, de modo que podremos habitar el cosmos.

¿Estamos hablando, pues, de que solo tendrán acceso a todo esto los ricos?

¡Efectivamente! Todo apunta a que el “mejoramiento humano” creará un nuevo sistema de “castas biotecnológicas”. De hecho, esta desigualdad puede crear una gravísima fragmentación de la humanidad entre los “mejorados” —una nueva élite noocrática que, además de ser rica, esto se da por supuesto, estaría dispuesta a hibridarse con las tecnologías emergentes—, y el resto de la humanidad, que poco a poco vería más mermadas sus capacidades orgánicas y cognitivas, en relación con estos transhumanos o posthumanos: no dispondría del dinero para aplicarse estas biotecnologías, o no estaría dispuesta a la hibridación por motivos morales, religiosos, ideológicos, culturales… Una mayor desigualdad y un grave riesgo de fragmentación de la humanidad, sí.

Una nueva revolución industrial…

Podríamos llamarla así, efectivamente. Sin duda, el desarrollo de la inteligencia artificial, la convergencia de las tecnologías emergentes —nanotecnologías, biotecnologías, tecnologías de la información, tecnologías cognitivas, robótica, computación cuántica…— tendrá un impacto directo sobre nuestra esencia como seres humanos. Una cuarta revolución industrial que podríamos denominar, también, “revolución de la inteligencia”: ¿en qué se convertirá la especie humana y qué efectos tendrá esa transformación sobre la conciencia de los individuos y del conjunto de la humanidad?

Pero, ¿somos realmente conscientes de todo esto que comenta?

Me parece que no. Estamos en el momento más crucial de la historia humana y no somos plenamente conscientes de lo que esos cambios disruptivos y exponenciales supondrán. Fíjate que lo que está en juego, a partir de este “mejoramiento humano”, es lo que seremos de ahora en adelante como personas.

¿No hay límites?

Sí, claro que los hay…; o, por lo menos, debería haberlos. Yo apuesto por avanzar en ese derecho a la innovación, a querer ir más allá, a ser creativos y vanguardistas, a mejorar y ampliar nuestras capacidades físicas y cognitivas, a mejorar nuestro entorno, el hábitat humano y nuestros paisajes. Por supuesto, creo en el perfeccionamiento del proyecto humano, pero debemos tener en cuenta que todo lo que podemos hacer con nuestra inteligencia y que nos es permitido hacer con nuestra libertad, no siempre nos conviene. Hay límites, condicionantes éticos, principios morales y una responsabilidad personal y social que deben modular ese derecho a la innovación. Hay líneas rojas que no deberíamos traspasar.

Y ¿dónde están estas líneas rojas?

He aquí la cuestión, que diría Hamlet… La cuestión estriba en que, para un científico, estas líneas las establece la propia comunidad científica con sus protocolos de actuación y códigos éticos y, ¿qué ocurre cuando, precisamente, estos límites se quieren superar? Piensa que los transhumanistas más radicales dicen que no hay líneas rojas; al contrario, si las hubiera, habría que saltárselas todas. En realidad, siempre han existido estas líneas y no podemos cargárnoslas así como así. Desde el concepto de humanismo avanzado que propongo, profundizamos en estos temas desde las humanidades y las ciencias sociales para adaptarnos adecuadamente a las nuevas fronteras humanas de este siglo XXI.

El problema es que esta visión no casa con la otra, ¿no?

Así es. Tenemos delante dos paradigmas difícilmente reconciliables: el que podríamos llamar “tecnológico”, basado en la innovación y el diseño biotecnológico ilimitado de la persona que emerge con fuerza, y el paradigma de la sostenibilidad ambiental, social y económica que estamos intentando implementar a nivel planetario desde hace algunas décadas y que es consciente de que hay límites. El primero nos propone la hipermodernidad y el sistema neoliberal radical, y el otro, una ecología integral, concepto desarrollado magníficamente por el papa Francisco en la Laudato Si’. No obstante, debemos encontrar espacios, procedimientos e instituciones que permitan el diálogo entre esas miradas diversas y que faciliten la construcción de un denominador común que sea la base para establecer una ética universal que nos ayude a abordar la complejidad, la incertidumbre y los desafíos que nos plantea el futuro en un mundo globalizado e hiperconectado.

No será fácil…

No, pero ese diálogo y trabajo conjunto es imprescindible. El planeta azul y la familia humana nos conciernen a todos. Para resolver los conflictos y crear las oportunidades en esta nueva etapa de la civilización será necesario un auténtico liderazgo compartido entre las humanidades y las ciencias.

¿Debemos, pues, tomarnos en serio los planteamientos del transhumanismo?

¡Claro que sí! Debemos ser conscientes de la agenda que la ideología transhumanista desarrolla a nivel global y adoptar un pensamiento crítico ante sus planteamientos y propuestas. Es una ideología que viene de la mano del relativismo cultural, del individualismo autorreferencial, del emotivismo, de las teorías ciborg y unigénero, del tecnonihilismo, del ecomodernismo, del posthumanismo, etc.

¿El transhumanismo tiene color político?

Desde sus inicios, se ha hibridado de forma natural con las nuevas formas que adopta la ideología neoliberal y el neocapitalismo californiano de Silicon Valley. No obstante, también influye poderosamente en otras formas de entender la economía y la organización político-social. Sería interesante hacer un seguimiento sobre cómo se está introduciendo la ideología transhumanista en la visión tecnoprogresista, en el ecomodernismo o modernismo ambiental, en la ideología de género y en las propuestas comunitaristas y de innovación social de algunos partidos de la llamada “nueva política”.

Ante este panorama, ¿cree que hay que temer la amenaza de las “máquinas”?

No tenemos que tener miedo a nada. Debemos ser conscientes de los riesgos y desafíos sociales y éticos de la expansión de las “máquinas”, como las llamas, pero eso no significa temerlas. Y anticiparnos a estos riesgos que la inteligencia artificial puede suponer para los seres humanos: las “máquinas” pueden superar la inteligencia lógica y racional de nuestra mente, pero nunca tendrán la sabiduría de nuestro corazón. Con mi buen amigo Miquel Àngel Serra, eminente científico, empezamos a abrir el debate, en nuestro país, sobre estos temas y pienso que hemos avanzado mucho. Estamos ante un reto y tenemos el deber de proponer los criterios científicos, los principios éticos y la ordenación jurídica necesarios para prevenir los efectos no deseables y no deseados de la convergencia de estas tecnologías emergentes sobre el ser humano y la vida en el planeta.

O sea: usted es más bien optimista

Sí, claro: ¿por qué no debería serlo? Creo en el ser humano. Por eso he querido concluir mi nuevo libro con un capítulo titulado “¡No tengáis miedo!”. Pienso que la visión del humanismo avanzado —que, al fin y al cabo, coincide sustancialmente con la cristiana— es esencialmente optimista. Y es que, puestos a elegir, me quedo con la eternidad, no con la simple inmortalidad cibernética, ¿no te parece?

 

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