Sabio clandestino

A Carlos Pujol no le gustaban los honores, ni los homenajes. No le gustaba aparecer: novelista, ensayista, poeta, crítico, traductor, aforista… “Y un gran marido”, dijo, con orgullo, su esposa y viuda Marta Lagarriga. Supongo que el lunes y martes de hace un par de semanas, cuando novelistas, poetas, periodistas, editores y otros amigos y conocidos del humanista contemporáneo –que eso era– pasaron por nuestra universidad a homenajearlo, él, desde la atalaya privilegiada, se lo debería mirar con cierto aire socarrón –la fina ironía que destilan sus versos–, pero agradecido. Agradecido por el cariño que le mostraron todos durante esas horas, el primer homenaje, cinco años después de su muerte.

Pujol era un buen hombre: todo el mundo lo decía. Un hombre bueno, y un buen hombre, que no es lo mismo. Y yo, que también tuve la suerte de conocerlo, lo pienso igualmente: si le pedías algo, era como si fueras en ese momento la persona más importante. Con rostro pensativo y sonrisa giocondesca te atendía y, si estaba en su mano, te ayudaba.

Poco dado a las palestras, decía… Como la de aquella vez que explicaron, cuando sí tuvo que aceptar un premio, en Italia, con su colega y amigo Eduardo Mendoza, y les regalaron unas botellas de vino de calidad. El vino se subió a la maleta y, de la maleta, al avión. Pero ya se sabe que la combinación maleta-botellas de vidrio con vino (sea bueno o no)-avión no es demasiado buena… Todo terminó “perfumando” la ropa e impregnando de olor –de calidad, eso sí– lo que llevaba dentro… “Lo que peor me supo fue no poder compartir aquel vino con Marta”: así de sencillo. El premio, ¡qué más le daba!

La profesora Teresa Vallès lo definió como el “sabio clandestino”. El sabio que siempre ha buscado esconderse para descubrir cosas nuevas. Tal vez, como el niño que cada noche de 5 de enero, se acuesta temprano tratando de no romper la magia de la noche más mágica. Todos leemos para vivir vidas que no hemos vivido. Lo dijo Gimferrer. Pujol nos invitaba a leer para vivir nuevas vidas.

Supongo que, para Carlos Pujol todas las noches serían 5 de enero y dormiría, tratando de no romper la magia de la noche, y de cada día, mágica. Y, seguramente, nos diría una frase que leí hace poco: “Usa tu sonrisa para cambiar el mundo, pero no dejes que el mundo cambie tu sonrisa”. Un buen lema que me hago mío para este nuevo año 2017 que, si nos despistamos, ya lo habremos cerrado.

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