En presente normal

Badalona es una de las ciudades más grandes de Cataluña. Pero tiene aires de pueblo. ¡Eh! Que esto lo diga un homenot –como diría Pla– de Girona, no ha de verse como algo despectivo. Al contrario. Los pueblos tienen el encanto del presente. De un presente donde la eternidad parece el único espacio temporal. Y ya está.

En Badalona, ​​las viejitas, en verano, sacan sus sillas plegables delante de casa, para tomar un poco el fresco: es que viven en la calle Conquista, perpendicular a la línea del mar, y de vez en cuando, al atardecer, pasa el único airecillo posible… Y las viejecitas, y los viejecitos… con pantalón corto, chanclas y camiseta de tirantes; les da igual si ocupan toda la acera: ¡de poco más de medio metro! ¡Qué van a hacer, sino! Y tú te bajas en la calle, sin quejarte, que no hace daño. Y saludas: “–¡Buenas tardes! –¡Buenas tardes!”. Y al día siguiente lo mismo. En presente continuo.

En la calle donde vivo, cada día es el mismo. A la de la ferretería la conozco de cuando le compré un ventilador. Ahora la veo, cada mañana, desayunando en el bar de abajo. No sé si me reconoce. Yo sí. Yo observo, de modo que día tras día, todo me es más familiar. O el hombre alto, con gafas de pasta blanca y pelo, igualmente blanco, que también trabaja en la ferretería y, en verano, no tiene ningún problema en ir con pantalón corto pero, eso sí, con el delantal azul obligado en toda ferretería que se precie. Y el librero, de mediana edad, que con rostro de más bien pocos amigos, cada día abre puntualmente su tienda, no sin antes mirar a ambos lados de la calle, como si vigilara (¿este sí que me recuerda?… ). A la chica del súper –la cajera– siempre me la encuentro hablando con su compañera de cosas intrascendentes, como sólo puede ser a estas horas de la mañana –momento en que aprovecho para comprar rápido e ir al grano. Hablan en castellano. “– Adiós”, que le digo. “– Adiós”, me responde y me pregunto por qué hay quien sigue insistiendo en decir que tenemos problema de convivencia lingüística. Y la pescadera vende su pescado cargado con una sonrisa tan grande y unos comentarios tan precisos que sería capaz de incluso vender el pescado de Ordenalfabetix –¿lo recordáis?–, aquel que olía tan mal y que los galos lo usaban más como arma de batalla que como comida. Ahora, la pescadora ha colocado un pesebre en el escaparate. El típico: tres figuritas de porcelana o yeso pintado, y el buey y la mula. Elegantes. Y no aquellas moderneces que no sabes muy bien si es que se les ha caído unas piezas que les sobraba de un mueble mal montado y todavía tienen la desfachatez de decir que estamos ante el Misterio del Nacimiento…

Aquí, todo es normal. Los días pasan en un presente muy tranquilo. Como en los pueblos. No hay prisas, y hay historias. Personas e historias. En las grandes ciudades, a menudo nos perdemos en la conexión interconectada. Curioso. Todo es futuro. Quizás con esta idea hicieron el vídeo de Navidad en UIC Barcelona. Cuando te paras; cuando escuchas; cuando miras… todo cambia. Y durante estas fiestas, es un buen momento para hacerlo.

Que tengáis una muy feliz Navidad y próspero año 2016.

No hay comentarios

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.