365 oportunidades

No es una conversación real, pero podría serlo. Es más, añadiendo un poco de contexto, es un diálogo que podemos oír o leer cada día:

– Yo creo eso.

– Pues yo no.

– Ah, pues tal vez no.

– Ahora bien, ¿y si tú tienes razón?

– ¿Estás seguro? Quizás sí… O no.

Chi lo sà

Y podría seguir, usque ad infinitum. Cuando la única convicción que uno tiene es la del relativismo, todo tipo de diálogo se convierte en un círculo vicioso hacia ninguna parte. ¿Quiere decir esto que la opción correcta es un fundamentalismo inmóvil que no acepte a los que no piensen como yo? No. Y me explico a raíz del nefasto atentado del pasado miércoles, en el semanario Charlie Hebdo, cuyas consecuencias han tenido, tienen y tendrán –me atrevo a decir que a nivel mundial– gran eco a partir de ahora. Pienso sinceramente que sólo partiendo de la base de que sabemos quiénes somos y hacia dónde vamos, podremos actuar con libertad y, si somos honestos con nosotros mismos, las opiniones contrarias no nos convertirán en intolerantes, sino que nos llevarán a hablar.

Hace poco recordaba lo que me dijo el periodista Arturo San Agustín en una entrevista que le hice: “Los europeos nos estamos suicidando culturalmente. No sé por qué tenemos que tener un complejo de inferioridad. Es cierto que hemos hecho muchos disparates, pero también grandes cosas”. Y citaba una frase del cardenal Ratzinger: “‘Europa no se quiere’: una frase tan simple como esta me ha hecho pensar mucho”.

De verdad, es muy triste cuando ves que alguien decide matar a quemarropa –y más aún cuando se hace en nombre de Dios–, sólo porque no está de acuerdo contigo: esto es fundamentalismo, comportamiento dictatorial y, por tanto, antidemocrático. Pero también es antidemocrático –me parece– aprovechar la libertad que te da este sistema para insultar sin tener el mínimo de respeto, principalmente en lo referente a la religión, ya sea cristiana, musulmana o judía.

Yo tampoco soy Charlie Hebdo, porque me gusta la libertad partiendo de una base de quienes somos y que es respetuosa con los demás. Y Europa tiene una historia mucho más allá de la Revolución Francesa y su supuesta revolución de las libertades. ¿Por qué tiene que ser buena práctica de la libertad de expresión atacar el hecho religioso, pero no reírse del holocausto nazi o del lobby homosexual? Ni una cosa, ni la otra. “No creo que, bajo el paraguas de la libertad de expresión –lo dice muy bien erreadas–, uno pueda faltar al respeto tan grosera e impunemente. Una, dos, mil veces. ¿Por qué se puede faltar al respeto sólo en una dirección? ¿Por qué hay asuntos, en cambio, sobre los que no se permite la mofa?”. Se hondean las banderas de libertad, igualdad y fraternidad, pero se han quedado escondidas las dos últimas; sobre todo la tercera. Je ne suis pas Charlie, mais je suis avec eux (yo no soy Charlie, pero estoy con ellos).

Repito: sólo partiendo de la base de quienes somos, podremos actuar con la libertad suficiente para llegar a ser aún más, con los demás. Esto es como el tiempo: cuando nos hacemos mayores, no es que los días pasen más rápido, sino que somos conscientes de que nos alejamos de un momento concreto que recordamos. Cuando somos pequeños, este punto temporal de referencia, nos falta.

No se trata, por tanto, como dicen algunos, de ser políticamente correctos –que esto no es más que una nueva forma dictatorial, sinónima de no decir lo que uno piensa, por ahorrarse ir en contra de otro o de lo que está establecido–, sino que se trata de opinar, partiendo de lo que se es y sin insultar. Por ello, no me parece que el atentado del otro día sea en contra de la libertad de expresión, sino de la democracia.

El diálogo del principio debería ser así:

– Yo creo eso.

– Pues yo no.

– Bien. Hablemos.

A principios de año me enviaron una imagen que me gustó: dos personajes, y uno le pregunta al otro: – ¿Qué nos deparará el nuevo año? – 365 oportunidades. Ojalá tengamos tantas oportunidades de dialogar en paz, en todo el mundo.

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