Como un poliedro

Hoy, “resolvemos cuestiones complejas en 140 caracteres, y las amistades en lo que dice Facebook que son nuestros amigos”. Hoy —lo recordaba recientemente la periodista Rosa M. Calaf, en el acto de graduación de los alumnos de Comunicación de la UIC—, “todo es efímero, superficial”, y a menudo nos contentamos con lo que la red globalizada googleliana nos dice que es la verdad, directamente proporcional al número de resultados que dé —con el mínimo de tiempo posible— el señor Google o, en el mejor de los casos, verdad es igual al “voy a tener suerte”…

Me gustó mucho el discurso de la periodista Calaf. Su dilatada trayectoria profesional —más de tres décadas trabajando en Televisión Española, como corresponsal en diferentes capitales del mundo: Nueva York, Moscú, Buenos Aires, Roma, Viena, Hong Kong y Pekín— le otorga suficiente autoridad moral para afirmar sin rodeos, a unos recién licenciados: “Tened el valor de buscar la verdad, con afán: de comprometeros con ella sin fisuras y de aplastar la arrogancia, de no permitir que se difumine la línea entre el bien y el mal”.

Cuando parece que la única herramienta para decidir hacia dónde tirar es lo “políticamente correcto” —contradictio in terminis, dicho sea de paso, del relativismo que parte de una norma para no tener normas—, me llamó la atención que esta periodista saliera tan claramente en defensa de la verdad necesitada de búsqueda y, además, que abogara por la integridad del profesional que “a menudo se encuentra ante la tentación constante del atajo y el dinero fácil, preguntándose si será capaz de vivir si cae en ella”.

“La vocación de toda universidad —decía san Juan Pablo II en su Universidad Jagellónica de Cracovia, en 1997— es el servicio a la verdad: descubrirla para transmitirla a los demás”. Es cierto que Calaf hablaba a futuros comunicadores, pero lo hacía con un lenguaje realmente universal que muy bien procedía en un foro universitario como aquel. Y lo hacía hablando del periodismo como un servicio a los demás, sí; sin embargo un servicio que no es exclusivo de los que nos dedicamos a estas tareas, sino de todo el mundo que, consciente de que vive en sociedad —no en una red social— no define las amistades según las normas de Facebook, o no queda satisfecho con conocimientos de 140 caracteres, sino que busca profundizar con el contraste, la discusión y la solidaridad entre disciplinas dispares y, a veces, distantes; el que entiende, en definitiva —como decía el papa Francisco en la entrevista concedida recientemente a La Vanguardia—, que la globalización debería ser no una esfera donde todos los puntos son equidistantes, sino un poliedro donde estemos unidos, pero cada uno conservando su particularidad, riqueza e identidad. Lamentablemente —concluye el Papa— “esto no se da”.

Podrá parecer osado decir que +1 quiere contribuir a esta bien entendida globalización; el hecho es que +1 ha nacido en el ámbito del saber universitario que no puede olvidar y, siguiendo su lema, quiere formar parte de este mundo: la suma de las pequeñas historias es lo que nos hace grandes. Ya llevamos unos meses de empuje, y ahora salimos en papel, con una serie de pequeñas historias muy variadas y de las diversas facultades de la UIC.

Solo espero que +1 realmente sea un instrumento que cree el poliedro al que me refería. Las palabras con las que terminaba el discurso Rosa M. Calaf me parece que encajan muy bien con esta meta: “La vida solo se puede vivir mirando hacia adelante, pero solo se puede entender mirando hacia atrás, con humildad. Se os necesita para construir el futuro”. Sumando historias.

[* este editorial es el publicado en el primer número de +1 en papel]

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