Yo también he subido el Everest

Érase una vez… una ilusión; así podría empezar la historia de Medicina en la UIC. Cualquiera diría que para montar una facultad basta con las personas y las decisiones para ponerse en marcha; y ya está. Pero no. Son años, papeleos burocráticos, entrevistas —con amigos y, a veces, no tan amigos—, nervios y sudores, trabajo —muchísimo trabajo—, noches de insomnio… “Cuando nos planteamos la posibilidad de que se nos confiara Medicina —cuenta Josep Maria Pujol, presidente del Patronato de la UIC—, dije a mis colegas que antes subiría al Everest”.

Pero, ya se sabe que si Mahoma no va a la montaña…, el Everest vino a nosotros. “Entonces teníamos Odontología, Enfermería y Fisioterapia, pero estábamos incompletos —comenta Josep Argemí, el primer decano de lo que en aquel momento era la Facultad de Ciencias de la Salud—; con Medicina, la UIC pasaba a ser una universidad de ‘primera división’”.

Érase una vez… una ilusión que se hizo realidad: “¡Claro! Después de años de solicitarla fue evidentemente un motivo de mucha alegría”, afirma Teófilo Sánchez, uno de los primerísimos promotores de la UIC, entonces director de Relaciones Institucionales. “Desde un primer momento —sigue contando— queríamos tener Medicina porque sabíamos que en una universidad cuyos fundamentos son humanistas, andaba coja si no tenía unos estudios a mi entender tan humanos”. Era un objetivo fundacional.

Historia en tres actos

Primer acto. La UIC empezó su andadura en el curso 1997-98, y el Campus Sant Cugat lo hizo con Odontología y Enfermería. Estas dos titulaciones, junto con Fisioterapia –se integraría al curso siguiente– formaron la Facultad de Ciencias de la Salud; que nació con vocación médica: “No podía ser —explicaba Argemí— que esta facultad no tuviese Medicina”. Y así fue como —solo los que arriesgan realmente consiguen sacar las cosas adelante—, año tras año, siguió pidiéndose la deseada titulación a la Generalitat, esperando poderlo ofrecer al 30 ó 40% de los estudiantes de Odontología que querían acabar haciendo Medicina: hay que recordar que estos dos planes de estudios eran comunes durante los tres primeros años, y se albergaba todavía la esperanza de conseguirlo a tiempo; hasta tal punto que, oficialmente, se ofertaba solo Odontología y, extraoficialmente, también Medicina.

En el primer año, Argemí anduvo servicio por servicio del Hospital General de Cataluña (donde ya empezó a estar alojada la facultad) explicando el proyecto de la universidad y que contaba con ellos para las clases. La actitud era inmejorable; no sólo eso, sino que cuando hubo concurso de acreedores y malas noticias para el hospital, este tenía la esperanza puesta en Medicina.

Segundo acto. No obstante, la cuestión no era nada sencilla. Durante esos años –a caballo entre las dos décadas– España, como también, por ejemplo, Italia, formaba a muchos médicos. Por ello, el Gobierno se veía obligado a negar cualquier nueva facultad de Medicina y, no solo eso, sino que, además, reducía las plazas en las universidades públicas. Así que, aunque la ilusión seguía en pie, hubo que esperar. Los alumnos no tuvieron más remedio que o bien continuar en Odontología o buscar nuevos rumbos.

Tercer acto. En junio de 2001 se cumplieron los rumores de que el decano iba a ser el nuevo rector. Josep Argemí, catedrático de Pediatría, tomaba el relevo a Jordi Cervós y, con el mismo empuje o más —si cabe—, Argemí y un equipo de profesores siguieron soñando —y trabajando— en la nueva facultad. Pero ni entonces ni en 2002 estaba claro que fuera viable. Algunas personas no lo veían del todo posible y recomendaban esperar a que la UIC se consolidara.

En este momento, comenzaron a oírse otras voces desde las consejerías de sanidad que decían que se necesitaban médicos, que se tenían que importar de fuera. Se pidió un informe y se vio que, efectivamente, era así. Entonces, en el curso 2003-2004 —¡tras casi treinta años!—, el Gobierno permitió un aumento de los alumnos de Medicina. El Dr. Argemí consideró este hecho como una brecha histórica que se abría en ese momento un instante y que luego volvería a cerrarse. Y así fue como, en 2003, se dio el visto bueno al proyecto: terminaba el tercer acto y empezaba el duro trabajo. “Apenas había voluntad política y era necesario trabajar un proyecto realmente creíble”, cuenta el doctor Argemí. Así que él y Josep Maria Pujol, presidente del Patronato de la UIC, empezaron a mover hilos para convencer a políticos de las más altas esferas.

Aún tuvieron que pasar cuatro años: “¿Quién lo ha pedido?”, preguntó José Montilla, presidente de la Generalitat en ese momento. Y Blanca Palmada, comisionada de Universidades e Investigación desde diciembre de 2006, contestó que la UIC, la Universitat de Girona y la Pompeu Fabra. Era el año 2007. El Govern daba el visto bueno a las tres nuevas facultades, y ahora “solo” faltaba pasar el programa por la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA), “que habían asegurado que si no llevaba la firma de los hospitales, no hacía falta que lo entregaran”, explica Argemí.

Centrada en la persona

Lo de los hospitales es una larga –e intrincada– historia: muchas idas y venidas de centro hospitalario a centro hospitalario para intentar firmar convenio. Hacía falta actuar con celeridad –en junio de 2008 había que entregar todos los papeles a la ANECA– y no era nada sencillo. En enero de 2008 se firmaron los convenios con Althaia y Quirón; más tarde, una semana antes de la fecha límite, con el Hospital General de Catalunya e, in extremis, el día antes, con el Hospital de Granollers. Con ello quedaban cubiertas ampliamente las necesidades de centros sanitarios para las prácticas de los alumnos.

Así que Medicina pudo empezar su andadura en el curso 2008-2009, ya que el proyecto se aprobó sin complicaciones. Concretamente, con fecha de 6 de mayo de 2008, ANECA aprobó el proyecto de Estudios de Grado de Medicina de la UIC, el primero de España que sigue las directrices del Espacio Europeo de Educación Superior. La Facultad de Ciencias de la Salud pasaba a llamarse de Medicina y Ciencias de la Salud —integraba, además, Enfermería y Fisioterapia—, y se creó la Facultad de Odontología.

Lógicamente, la redacción del proyecto que debía someterse a la aprobación de ANECA fue bastante laboriosa puesto que, entre otras cosas, no existían todavía las directrices definitivas. Se formó una comisión presidida por Argemí e integrada por varios profesores. En la elaboración del documento definitivo que se envió intervinieron muy activamente Albert Balaguer, Félix Cruz, José M. Serra, Josep Clotet, Montse Virumbrales y Marian Lorente, entre otros. La doctora Virumbrales, médico y profesora de Fisioterapia hasta entonces, cuenta: “Esperábamos imprimir en nuestros estudiantes una motivación constante por la búsqueda de la verdad, que fueran adquiriendo día a día un firme compromiso con la sociedad; queríamos, en definitiva, contribuir a la formación de médicos que aportasen un valor a la comunidad”.

La profesora Lorente explica que “a la hora de hacer el programa, teníamos muy claro aquello por lo que debíamos apostar y lo que tenían que reflejar nuestros estudios: la medicina centrada en la persona; es decir, el paciente es alguien a quien tenemos que cuidar y acompañar en el proceso de su enfermedad, solucionarle sus dudas acerca de su enfermedad y aliviarle el sufrimiento, no solo físico, sino emocional”. Había que integrar la nueva metodología de aprendizaje indicada por Boloña, buscando —como dice la también profesora Núria Casals— “una forma nueva y moderna de entender la medicina, que combinara los conocimientos más punteros, las técnicas más sofisticadas, y centrara la actividad médica en la persona en toda su dimensión”; de modo que el estudiante “adquiriera capacidad de estudio y visión crítica”, apunta el entonces gerente del Campus Sant Cugat, Alberto Canals.

Una vez aprobado el plan de estudios por los organismos competentes, “los primeros años fueron de una actividad frenética para todos los que estábamos ahí —relata Balaguer—; la ayuda de las ciencias básicas con Casals, Lorente o Clotet, y la capacidad de trabajo de Marta Elorduy –que se incorporó en el segundo año como directora de la titulación– fue mucho más que importante: ¡providencial! Fue un gran equipo, consciente de que había que hacerlo casi todo e ‘inventar’ muchas cosas, pues las circunstancias de las otras facultades, públicas y privadas, eran muy distintas y servían poco como modelo: no contábamos con un hospital propio, o al menos con un gran ‘hospital universitario’ como único aliado, y esto exigía diseñar un modelo nuevo”…

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