Nuestros sabios

El otro día, hablaba con el periodista Josep Puigbó. Éramos unos treinta, de tertulia con él. Buen profesional –de aquellos con los que da gusto intercambiar experiencias–, nos estuvo hablando de su labor periodística en los diferentes medios donde ha trabajado: radio y televisión. Especialmente de su última aventura. En realidad él dice que no es suya, sino de todos: un programa que quiere que sea muy social. El caso es que dedica tantas horas de trabajo a cada una de las entrevistas que hace, que la pasión le puede y, como sus personajes, habla con un dejo de emoción.

(S)avis es el título del programa. Un juego de palabras que forma dos palabras catalanas: sabios (savis) y abuelos (avis).

Y ahí, en (S)avis, Puigbó ha tomado el timón de este programa, donde entrevista en profundidad a personas de más de setenta años que no sólo han tenido –o tienen– un papel clave en la historia más reciente, sino que también la han escrito; una experiencia que viene dada por la edad, pero, también, por la fuerte implicación. De alguna manera, (S)avis, en cincuenta y cinco minutos –todo un privilegio, por lo que se estila en televisión– quiere dar voz a tantas personas que nos dicen mucho y de las que podemos aprender mucho más, todavía. Abuelos que nos llenan de sabiduría porque son, de verdad, sabios.

Lo mejor de este programa –y era lo que nos contaba Puigbó– es este hacer de altavoz de la gente que tiene tanto que decir. Porque a menudo, enfundados en una cáscara de egoísmo, nos contentamos en mirarnos el ombligo y no somos capaces de ver más allá de nuestra propia nariz; a lo sumo, escuchamos perennemente lo que nos reproduce nuestro smartphone: bien podría haber escrito de nosotros, el poeta castellano, “érase una vez un hombre a unos auriculares pegado; érase una vez unos auriculares superlativos…”

Hace dos semanas asistía a una conferencia del profesor Etienne Montero, decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de Namur (Bélgica). Luego tuve la oportunidad de charlar un rato con él, y de esta conversación –si Dios quiere– publicaremos una entrevista. Montero es, hoy, de las pocas voces belgas que habla sin ambages y explica cómo, jurídicamente hablando, la ley que aprueba la eutanasia está tan cogida con pinzas que rápidamente es interpretada de manera muy libre; y, cuanto más tiempo pasa, más se anestesia la conciencia de los belgas.

Concretamente, me llamó la atención –y me causó mucha pena– comprobar, cómo la eutanasia cada vez más se ve como un derecho no del eutanasiado, sino de los otros; es decir: se vuelven las tornas. Ahora resulta que el enfermo –o la persona de edad avanzada– casi tiene como la obligación de pedir la eutanasia porque si no acaba siendo un peso inútil para la sociedad. Un peso por la dedicación de tiempo que necesita, un peso económico que los bolsillos críticos de hoy no pueden aceptar. ¿No estaremos exagerando con este nuestro caparazón de egoísmo? ¿Dónde está el médico que vela por la salud del paciente y no toma la decisión pilatiana de lavarse las manos?

Quizás no nos iría nada mal dar una vuelta por estos (S)avis que tan bien nos hablan, y escucharles. Parafraseando el título del libro que publica Puigbó, diría que ellos –los sabios– están lejos del silencio –han hecho la historia–, y también de la queja –han seguido adelante a pesar de que no siempre ha sido posible hacerlo a gusto.

No me retengo de añadir una imagen. Y no hacen falta más palabras.

 

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