26 May El trabajo bien hecho
Cerca de donde trabajo, estos días hay unos pintores. Están arreglando la fachada del edificio, y lo hacen bien (al menos, se supone). Subidos en los andamios, les oigo cantar canciones de todo tipo. El otro día era una de los 80. La cantaba un grupo que se llamaba Los Inhumanos y que, en aquella época, eran de lo más rompedores (hoy diríamos políticamente incorrectos). En realidad, a la par que su nombre, así de inhumanas eran sus letras. “La cabra, la cabra; la señorita de la cabra…” (ya me perdonaréis, pero he pensado que no era necesario reproducir el calificativo real de la pobre cabra y que al final, por cierto, murió).
Mientras escribo, tengo muchas cosas en la cabeza que no sé muy bien cómo teclear en esta pantalla en blanco. Dicho así, es poco poético, la verdad: más lo sería si hablara de una estilográfica que rasga el papel rugoso, mientras siento ese ruido tan característico de las plumas en plena actividad. Pero no. No hay poesía, sino un golpear constante de las teclas, a veces ambientado con llamadas, ruido, y “música”: la nueva canción, “My heart will go on”, que cantaba tan bien Céline Dion, y en boca de un pintor –que trabaja muy bien, seguro, pero no tiene demasiado dotes para el canto– no es que suene, tampoco, muy poético, que digamos…
Pero lo importante es trabajar bien. No valen excusas: hacer lo que tenemos que hacer cuando toca. Sin estar pendientes de si el jefe nos mira, sino de hacerlo porque así también acabamos el día más satisfechos de nosotros mismos. Pero, ¿por qué a menudo acabamos cutremente lo que nos toca y sin prestar demasiada atención a las muchas cosas pequeñas que conlleva nuestro trabajo?
Sábado, como muchos, vi la final de la Champions. Durante el partido –y en toda la temporada, como lo había hecho el Barça– el Atlético de Madrid nos dio una lección de lo que significa trabajar bien. Realmente, se merecía ganar –la liga, también, y lo hizo. El fútbol es un juego de equipo, y al Atlético no le han sido necesarios grandes golpes de talonario para llegar donde ha llegado. Trabajar en equipo significa ser constante, como la perseverancia en aguantar a un Madrid muy fuerte, pero poco unido (al menos es la sensación que dio). El buen trabajo en equipo implica la humildad de aceptar que cada uno es porque lo es con los otros, y no hace el chulo cuando, después de no dar pie con bola –literalmente– y haber estado desaparecido en todo el partido, marca un gol de penalti –fruto un poco del azar y de la trampa–, y lo celebra de una manera que sería más propia de la peor versión de Hulk que de un futbolista que debería saber que depende del equipo, y no tanto de si es “guapo, bueno y rico”.
El sábado pudimos ver un perdedor que salió con la cabeza bien alta, a pesar de no haber conseguido su primera “orejuda”, y un ganador –más conjunto que equipo– que se llevaba la ansiada décima, pero que algunos gestos ennegrecieron un poco el blanco merengue. Es una pena.
Me quedo con algunas cosas. Con “Mi carro me lo robaron”, que también ha entonado el pintor que decía al principio; con este tuit postfinal de la Champions que me pareció muy acertado;
Lo que mueve al mundo no son los potentes brazos de los héroes, sino la suma de los pequeños empujones de cada trabajador honrado, H. Keller
— Roberto Carreras (@RobertoCarreras) May 24, 2014
y me quedo, también, con un anuncio, de hace años, pero con mucha actualidad. Creo no estar solo pensando que, si se tuviera que dar la copa a algún equipo teniendo en cuenta el trabajo bien hecho –ese que es amante de las cosas pequeñas y acabadas, de la constancia, de la humildad, del esfuerzo en equipo (cuando lo es)…–, el ganador de la magna competición europea no habría sido monocolor. Pero así es el fútbol. Al final, es cuestión de cinco minutos más o menos…
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