Un poco de optimismo ¡por favor!

El diálogo podría ir así.

Caminando por mi querido Empordà, me crucé con un payés, con el ganado y su perro pastor. “¡Buenos días!”, le dije. Y él, una especie de “¡mñsdias!”, Como si le costara responderme: no parecía que tuviera ganas de decir nada. Pero yo seguí: hacía buen tiempo y, quizás convencido de que se le puede alegrar la vida a alguien si procuras sacarle cosas positivas… –¿me estaré equivocando?–, seguí la conversación, señalándole el cielo azul:

– Tendremos buenas cosechas…

– ¡Uy! ¡No creas! Los últimos días, mucha lluvia y tiempo muy raro. Que si frío, que si calor… ¡Buf! Esto es un desastre –dijo otra palabra, pero prefiero no reproducirla: una “M” mayúscula, digamos… Y como la cosa no cogía buen camino, le hablé del despreocupado perro.

– Parece muy espabilado, ¿no?

– ¡Nada! –otra palabrota–, es medio tonto. Tan pronto te hace caso como que se hace el sueco. El otro día tuve que arrancarle una garrapata. Este maldito perro me trae más problemas que alegrías. –Yo lo veía muy bien: dirigiendo el rebaño con buen tino, pero él, que no, que ya era viejo y que posiblemente lo tendrá que sacrificar, y que estaba hasta la coronilla de él –un taco: uno más– porque debería comprar otro, y que la cosa no estaba como para tirar cohetes: que la crisis y que los políticos –seguimos con las palabras no reproducibles–, y que así no vamos a ninguna parte…

Total: que le dije “hasta luego” y seguí mi camino, pensando…; en el día internacional de la felicidad, que fue el jueves pasado, y en que si no nos esforzamos para ser optimistas, será imposible que seamos felices: una cosa no se entiende sin la otra, y en ambos sentidos. ¿Iluso? No: realista. No se trata de ir por la vida con el lirio en la mano, sino que, siendo muy conscientes de que –es cierto– hay cosas que no van bien, hay muchas otras que sí. Me parece que –así sí– conseguiremos cambiar las cosas. Si no somos capaces de aguantar medio segundo en el semáforo que se pone en verde sin darle al claxon –¡ay!–, porque el tipo de delante no se ha dado cuenta de que es lunes y que todos estamos de mal humor y que si no avanza se levantarán todos los infiernos…, no vamos bien.

En la última edición de los Oscar premiaron, como mejor cortometraje de animación, a uno francés. No me gustó: la historia habla de un futuro muy negro, donde todo es hierro, y máquinas, y soledad. Se supone que hay un poco de corazón porque el protagonista –Mr. Hublot, una especie de robot-humano–, se encariña de un perro, también mecánico, que crece y crece hasta no tener espacio en la casa… Me gustó mucho más el de Disney, Get a Horse, que, lleno de optimismo, muestra el presente y el pasado y cómo es posible ligar uno con el otro, sin necesidad de decir pestes de todo lo que no me gusta o no me parece bien.

El optimismo no es caro. Y si no, lo podemos preguntar en el del bar que ofrecía un café a 3 euros, un “café, por favor”, a 2 y un “buenos días, me hace un café, por favor”, a 1.

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