El violinista en el tejado (1971). O la cercanía de un Dios amigo.

En Anatevka, una aldea imaginaria de Ucrania –a caballo entre el S. XIX y XX– viven judíos y ortodoxos en armonía casi perfecta. En realidad, apenas se relacionan y así están tranquilos. Es el declive de la época de los zares: el reinado de Nicolás II –famoso, entre otros motivos, por los progromos antisemitas que se produjeron durante su gobierno– acabó en 1917 (él y toda su familia fueron asesinados), con la Revolución rusa, cuyas raíces también se ven reflejadas en esta película.

Pues bien, en este pequeño y pobre pueblo vive Teyve (Chaim Topol), el lechero, con su mujer Golde (Norma Craine) y sus cinco hijas. Como buenos padres judíos, su preocupación principal es buscar los maridos ideales para cada una de ellas, y mejor que sea rico o, por lo menos, con una herencia que les permita vivir más allá de su capacidad actual.

Por tradición, es al padre a quien pertenece el derecho de elección y de cerrar el trato para el casamiento; pero los tiempos están cambiando y una tras otra, le van rompiendo los esquemas: la primera se casa con un pobre sastre, casi sin previo acuerdo con el padre; la segunda, se enamora de un judío revolucionario que será exiliado a Siberia en los sucesos de 1905; y la tercera se casa secretamente con un ortodoxo. Las tradiciones en esta aldea –las tradiciones judías– son muy fuertes y, aunque va aceptando poco a poco estos cambios, no puede ni aprobar ni bendecir lo de la tercera hija, porque hace violencia directa contra la religión.

¡Ai, si no fuera por las tradiciones! Es el tema entorno al cual gira toda esta historia. Así lo cuenta Teyve al comienzo de la película:

Parece cosa de locas, ¿verdad? Pero aquí, en nuestro pueblo de Anatevka, cada uno de nosotros es como un violinista en el tejado que intenta ejecutar una melodía grave y sencilla, sin romperse la cabeza. No es fácil, ¿verdad? Tal vez nos preguntan ustedes que por qué nos subimos ahí, si es tan peligroso…; pues si subimos es porque Anatevka es nuestro hogar… Y ¿cómo guardamos el equilibrio? Puedo decirlo con una palabra: ¡Tradición! La Tradición es lo que nos ha permitido guardar el equilibrio durante muchos, muchos años… Sin todas estas tradiciones, nuestra vida sería como un violinista en el tejado«.

Así, el misterioso personaje de el violinista –que sólo parece estar en el pensamiento de Teyve– es tanto metáfora de la inestabilidad de la  historia de los judíos –que tan condenados a la vida nómada han sido a lo largo de los siglos–, como de las tradiciones mismas que, o las tomas, o las dejas… o haces equilibrio e intentas hacerlas compatibles con aspectos de la vida que sí tienen que –o pueden– cambiar. Y también se pueden como actualizar, que es lo que pasa en la fantástica historia de amor de la canción «Do you love me?»

El violinista en el tejado, es una película que hay que ver varias veces. Es un musical espectacular de tres horas (con el clásico «entreacto» a la mitad). Te hace pasar un rato muy divertido (Topol es un genio de de la interpretación, el baile, la canción), y dramático a la vez. Porque es la historia dura que tuvieron que correr los judíos, también en Rusia. Todos los personajes están interpretados con mucho… cariño –esta es la palabra justa– y hay algunas canciones realmente memorables: no sólo el mítico «If I were a rich man», sino también la ya citada «Do you love me», o «Anatevka», «To life!», y tantas más.

En diálogo con el de Arriba

Lo más interesante de la película –a mi entender– es la importancia que se da a Dios. Me hace mucha gracia el diálogo continuo que tiene el protagonista con Él, que, aunque me parece que es una relación fraternal con el Altísimo más propia del cristianismo que del judaísmo, llena de ternura todo el metraje. Topol consigue hacer presente a un Dios muy amigable. Un Dios a quien se puede dirigir para pedir aunque sea un poco de riqueza –»a small fortune»–, o una máquina de coser –siendo muy consciente de que suficientes problemas tiene con las guerras en el mundo–. O cuidar de que siempre tenga abrigo su hija que se va a Siberia por amor…

Efectivamente, no creo que haga falta ser muy creyente para darse cuenta de que es esta fe en un Dios cercano –el diálogo que es oración constante– el que hace que estas familias que acabarán siendo echadas de su querida Anatevka, lo vivan todo con optimismo. Un optimismo que impregna al espectador y que lleva a querer ver –y escuchar– de nuevo esta genial película.

Os dejo con uno de los mejores momentos:

4 Comentarios
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