01 Jun Las manos alzadas de un santo
Yo también tuve la inmensa suerte de saludar, una vez, a Juan Pablo II. Fue unos segundos. Medio minuto, quizá. Pero un momento que no podré olvidar. Y con ese momento -con la foto de ese momento-, empezamos la entrevista: «Non ai cambiato nulla!», me dijo… Bueno… entonces tenía 16 años: algo sí he cambiado… o no 🙂 Sea como sea, me gustó su detalle. Al final, me regaló cinco rosarios bendecidos por su obispo, como le había llamado él.
Hace seis años, cuando el cortejo de cardenales y obispos, presidido por Joseph Ratzinger, se disponía a celebrar la Santa Misa por el alma del Papa fallecido, hacía horas que miles de fieles estaban en la plaza de San Pedro esperando ese momento. Algunos, espontáneamente –como obligados por un impulso del corazón–, no dudaron en proclamar la santidad de Juan Pablo II: “Santo súbito!”, rezaban las pancartas. Como sucediera en la Edad Media, era el pueblo –aquél al que tanto amaba el Papa Wojtyła– el que pedía a la Iglesia que fuera declarada la santidad de una de sus ovejas y –en este caso– gran pastor. Un deseo que se hizo realidad a partir del primero de mayo…
No obstante, posiblemente, quien más sentiría ese momento fuera Stanisław Dziwisz –D. Stanislao, como se le conoce en todo el mundo–, casi 40 años al servicio de Wojtyła. Gran esquiador de joven, quinto de siete hermanos, no había cumplido los veinte, cuando decidió entrar en el seminario. Ahí conoció por primera vez al profesor Wojtyła: “Era un hombre de profunda vida interior; un intelectual. Y a la vez nada distante y muy humano”. Ordenado en el 63, Dziwisz fue enviado primero a una parroquia polaca donde estuvo apenas dos años y después le pidieron que continuara los estudios de teología. Y así fue como, en el 66, el arzobispo de Cracovia se fijó en él y reclamó su presencia… Era un 8 de octubre que se le quedó gravado…
“Vendrás conmigo”, me dijo. “Aquí podrás seguir con tus estudios y me ayudarás”. Y me nombró su secretario personal.
No fue la primera vez en que le pidieron que hiciera algo que no tenía previsto, ¿no?
Bueno, efectivamente… En 1978 nadie podía imaginar que fuera precisamente mi obispo el que acabaría tomando posesión de la sede de Pedro. ¡Un Papa eslavo! Yo estaba emocionadísimo, como toda Polonia…, pero triste porque me daba perfecta cuenta de lo que se le venía encima. En realidad, quería irme, volverme a Polonia, pero él me pidió que me quedara…, como esa vez. “Vendrás conmigo”… y así fue. Hasta su muerte.
¿Qué recuerda de esas últimas horas? ¿Le lloró?
Sí, claro. ¿Cómo no íbamos a llorar los que estábamos tan cerca de él? En las últimas semanas le vi sufrir mucho; le costaba especialmente tener que quedarse sin voz, como cuando intentó dar la bendición “Urbi et Orbi”, desde su ventana, su última Pascua en la tierra: tan solo pudo susurrar un imperceptible “no tengo voz”, y dar la triple bendición con la mano… Sí, es 2 de abril fue un momento duro; pero a la vez, un momento de alegría, porque ya se había ido al Cielo. Cuando falleció, la oración que nos salió del alma no fue un réquiem, sino un Te Deum de acción de gracias. Dábamos gracias por el Papa que Dios había concedido a su Iglesia. De hecho, yo nunca celebré una Misa de réquiem para él: estaba seguro de su triunfo celestial.
¿Vio un gran cambio en el Wojtyła que llegó a ser Papa?
No, no. Karol Wojtyła fue siempre el mismo. No cambió cuando le nombraron obispo o cardenal; y tampoco lo hizo cuando pasó a ocupar la sede de Pedro. Era la misma persona. Naturalmente con una responsabilidad mayor, con más preocupaciones, pero el mismo de siempre. Y es que, en el fondo, su vida “exterior”, por decirlo de algún modo, crecía pareja a una gran vida interior, y de un modo muy natural. No tenía que cambiar porque era un hombre de mucha oración; también siendo joven: lo dicen sus compañeros y colegas del colegio, en el seminario… No lo digo yo porque haya sido su secretario casi cuarenta años y me sienta como en la obligación de hablar bien de él. Es que realmente era así: muy divino, y muy humano.
¿Podría hablarme un poco de esta humanidad?
Contrariamente a lo que se podría imaginar de un hombre tan conocido, Juan Pablo II era muy sencillo en el trato, no exigía gestos de servicio, tenía muy buen humor… Un hombre normalísimo. A menudo, por ejemplo, cuando volvía de las audiencias, antes de sentarse en la mesa para comer, se dejaba caer por la cocina para lavarse las manos y ver qué habían preparado las hermanas…
¿Le gustaba la comida?
Bueno, en realidad eso lo hacía para estar con las que estaban ahí: tenía un trato muy familiar con quienes vivíamos más cerca de él. De hecho, no solía saber qué comía: excepto al final de su vida, no tenía especiales problemas para comer… Eso sí: le encantaban los dulces y el café. Por lo demás: cualquier cosa.
Pues en Italia hay muy buenos cafés…
… y los disfrutaba… También era muy propio de su humanidad la gracia y el humor que tenía. ¡Cómo se reía en los primeros años de los encuentros UNIV, en Semana Santa! Le encantaban los chistes: en Cracovia hay un viejo obispo que, cuando iba a Roma, venía con un cargamento de chistes para contárselos al Papa. Le gustaba reírse, estar con la gente, cantar… Y cuando podía –que no era muy a menudo– disfrutaba viendo una película. A veces historias de la Pasión u otras que le hacían pensar y rezar, pero también otras como aquella serie italiana que tanto le divertía… ¿Cómo era…? ¡Don Camilo! Le divertía mucho. Sobre todo porque era un tema que él había vivido durante la Polonia comunista y lo conocía. Ten en cuenta que él era poeta, artista, escritor…; tenía muchos talentos que estaban presentes en su día a día.
Supongo que eran los mismos talentos que usaría para meterse en el corazón de la gente, ¿no?
Sí, pero sobretodo su “secreto” era cómo vivía inmerso en Dios: con su oración, con su contemplación, estaba continuamente con Dios, y lo notabas. Y la gente que le trataba, directa o indirectamente, sentía que en aquella persona había algo más…; este “más” era Dios. Amor hacia Dios que transmitía al amor hacia cada uno. Para él era importante todo el mundo: mayores, pequeños, pobres, ricos…; siempre veía a Dios en el rostro de los demás. Cuando tenía prevista alguna audiencia primero encomendaba a las personas con las que iba a estar, y después las atendía; ya fueran personas singulares o naciones enteras. Se lo oí decir una vez: “para el Papa, lo más importante es la oración. Esas manos alzadas que, como las de Moisés, sostienen a su pueblo”.
Así se prepararía, también, para los encuentros con millones de jóvenes en las JMJ…
Así es. Preparaba los discursos, se estudiaba el programa que se iba a seguir… Él siempre buscaba responder las preguntas de los jóvenes, y éstos notaban su sinceridad. Por eso era tan aceptado y querido. El Papa sabía qué tenía que decir a los jóvenes, cómo guiarlos, y ellos se daban cuenta de que estaba ahí para ayudarles y orientarles. Digamos que vivía tan metido en Dios, que no tuvo que aprender a meterse en el corazón de la gente, y todos lo notábamos.
A pesar de sus más de ochenta años, se le veía fuerte; joven, incluso
Una vez, dijo: “quien ama, no envejece”, y él amaba mucho. Por eso se mantuvo siempre tan joven de espíritu. Yo siempre digo que su fuerza también fue, ciertamente, física, pero sobre todo espiritual. Dicen que le gustaba la montaña, y es verdad; pero más que nada como excusa para estar en contacto con el Creador. Durante las caminatas, no hablaba: sí al inicio, cuando comíamos o nos parábamos pero, por lo demás, rezaba. En constante contemplación.
Parece como que fuera una oración muy extraordinaria…
¡No, no! Nada más lejos de la realidad. En esto también era un hombre muy normal… Quizá se podría considerar extraordinario cuando quería tener unos ratos solos en la capilla…; cuando estaba ahí, le oíamos cantar o hablar al Señor en voz baja… posiblemente sin saber que alguno le espiaba… Son los dones que Dios otorga a las personas santas.
De todos modos, también los santos han tenido defectos; ¿qué era lo que más le molestaba de sí mismo, al hombre Karol Wojtyła?
Bueno… seguramente será parte de su vida interior la que tendríamos que escudriñar… Al principio, se retrasaba en las cosas previstas, pero con el tiempo llegó a ser muy puntual y muy ordenado; incluso durante los viajes: el Via Crucis, los viernes; la hora de adoración, los jueves… Nunca se saltaba nada: –Santo Padre, hay que ir a… –Primero la oración, decía… Sinceramente, por más que intente buscar debilidades suyas, ¡no las encuentro!
¿Lo vio, alguna vez, triste?
¿Triste? Había cosas que le entristecía, pero yo diría que lo vi normalmente muy alegre. Él, por esa capacidad de meditar las cosas, de hablarlas con Dios, conseguía un distanciamiento –por decirlo de algún modo– que le transmitía mucha paz y serenidad. A veces le hemos visto muy enérgico al decir las cosas, pero siempre con argumentos, nunca con emociones. Pero hablaba fuerte y claro: como aquella vez, contra la mafia siciliana, advirtiéndoles sobre el juicio final; o al presidente de los Estados Unidos de entonces, o al de Irak: “¡Yo conozco qué es la guerra! No comencéis una nueva, que con la guerra no se resuelve nada”… Y tenía toda la razón, lo estamos viendo hoy, aún: tantos años, tantas muertes…
Recuerdo una vez, en San Pedro, en que remarcaba el que “había sobrevivido la guerra”…
Sí: después del ángelus. Hablaba desde la experiencia de un polaco que había sufrido en su propia carne dos totalitarismos. Y hablaba, también, un hombre que tenía una gran visión de futuro que al final ha resultado ser profética… Como la oración por la paz, en Asís, que tampoco fue comprendida por muchos, aunque entendida por otros, como el mismo Ratzinger: no es cierto que se opusiera… Así como para algunos era difícil seguir el ritmo del Papa, su sucesor lo entendía perfectamente.
Otra lucha que libró fue la de las raíces del viejo continente. ¿Cómo veía Europa?
Cristiana, sin duda. Negar las raíces es negar la propia alma de Europa: eran los cimientos, lo que estaba en juego, no la opinión personal de un Papa. Europa negaba lo que hoy sería clave. Necesita recuperar los valores que la han hecho tan grande.
¿No le entraba el pesimismo ver cómo tantas veces no se le escuchaba o los medios no colaboraban en su misión?
Karol Wojtyła nunca se dejaba llevar por lo que dijese la prensa. Sabía perfectamente que una cosa era los juicios de los medios, y otra muy distinta lo que realmente quería y pensaba la gente, también los no católicos. Por eso, nunca dejaba espacio al pesimismo… Hoy podemos ver que estamos muy envueltos de un gran relativismo y una falta enorme de valores morales; no obstante, yo también soy muy optimista. Veo una fuerza regeneradora que lleva al cambio. Es la nueva primavera de la que tanto habló Juan Pablo II.
Un Papa que rezaba mucho, que amaba; artista, divertido…, pero ¿qué es lo que le hizo un Papa tan grande?
Son muchas cosas, como tú bien dices. Era un Papa que tenía un gran corazón y supo darlo con gran generosidad. A Dios y, por Él, a todos y cada uno. En las audiencias, en los viajes, en encuentros ocasionales… Era un Papa que con los gestos y con las palabras –con su presencia– a su vez hacía muy presente a Dios en el mundo. Un Papa que Dios nos ha dado tantos años… son razón suficiente para cantar ese Te Deum, el día de su fallecimiento, ¿no te parece?
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