Mamá a la fuerza (y2). O cómo trascender en lo humano.

Cuando hay que traducir los títulos originales de las películas, a menudo, parte de lo que se quería contar con esa historia se queda por el camino. Raising Helen, como se titula realmente esta película, coge mucho más la esencia de lo que uno ve en este film. Algo así como «El crecimiento de Helen». Y es que realmente, la protagonista de esta película crece; quizá no en lo profesional, pero sí en lo personal. ¿Por qué era «pequeña»? Por decirlo de algún modo, «estaba adolescente».

AVISO: SPOILERS, puede haberlos, en esta entrada.

Esta película la vi con unos cuantos amigos, e hicimos un cinefórum, del que sacamos algunas conclusiones. Vayamos por partes.

De madre a auténtica madre

En realidad, en esta historia crecen muchos. En primer lugar, tanto Jenny, la que ya es madre, como Helen, aprenden de verdad «a ser madre».

Jenny está embarazada del tercer hijo, y sabe lo que significa ser madre, pero está como «asqueada». Muy significativa son, en este sentido, las caras que pone al comienzo, cuando se queda con el pastel con velas en las manos, a medio «cumpleaños feliz»: ella envidia la vida de su hermana y, aunque lo disimula, no está contenta con lo que hace. Del mismo modo, es sugerente, también, cuando dice que las famosas también hacen punto (como hace ella). Jenny tendrá que entender la carta de su hermana y no envidiar a los demás, sino valorar lo que ya tiene, que es mucho.

El descubrimiento de la maternidad

Por supuesto, Helen también aprende a ser madre, pero en otro sentido. Ella ha pasado de no querer tener nada que ver con unos hijos, a necesitar de ellos, como de dice a Jenny. Pero ahí no está todo. Su hermana le enseña que esa «necesidad» tiene que ser mútua.

Y lo aprende: aprende a ser «amiga» de sus nuevos hijos y, sobre todo, a quererlos como son y a tener «mano dura» cuando sea necesaria (por eso, al final se merece el simpático «Oscar» del bate de béisbol). No es una cuestión de estar en el bando de unos o de otros, como le dice su sobrina-hija mayor -«pensaba que estabas de nuestro lado»-, sino de tener sentido común y saber que, como dice el refrán popular, «lo que pica, cura».

Madurando que es gerundio

La tercera en hacer su «crecimiento» es Audrey (Hayden Panettiere),  la sobrina-hija mayor (quince años), que está en plena adolescencia. Es aquí donde, creo yo, se plantea una de las cuestiones más interesantes: lo que podríamos llamar como la «primera experiencia» de los adolescentes. Helen descubre que Audrey la ha engañado y que se ha ido a un motel, con PJ -creo recordar que era así-, el chico del instituto que no daba muy buenas esperanzas, con un documento de identidad falso que la hace mayor, y con su tarjeta visa (la de su tía Helen). Ésta no sabe qué hacer y recurre a su hermana, después de que se hubieran enfadado. Es el punto de inflexión de los «tres descubrimientos».

El desenlace de este capítulo creo que es de lo mejor de la película. Helen no se atreve a entrar en la habitación del motel -aunque, como madre tendría que hacerlo. Es consciente de que está entrando en el campo privado de Audrey y de que tiene que ser dura para cortar algo que, posiblemente, ella también hubiera hecho más de una vez… Aún también es una adolescente y, por fin, se da cuenta.

Por su parte, Audrey no es tonta, y sabe que no está haciendo bien: como diría la canción, «se le nota en la mirada». No está contenta. Al chico, en cambio, se le ve totalmente despreocupado… y entra en acción Jenny que le canta las cuarenta: «eres capaz de sostener esto», grita, mostrando su vientre embarazado de muchos meses. Y sigue con lo de la descomposición por el calor del centro de la tierra… Ella sí es madre y sabe cómo tratar a los hijos. También al chico: «eres bueno -le dice-, pero esto no está bien».

Helen cambia: se da cuenta de que no está preparada para ser madre (primer paso para llegar a serlo); Audrey empieza a cambiar pero, por adolescente, se muestra «gallita»; Jenny, sigue siendo madre… pero le faltará, aún, comprender las razones de la tercera hermana por no dar a ella la custodia de sus hijos, sino a Helen.

La muerte, en positivo

Es otro de los temas tratados en esta película. Aquí también hay un cambio: del «lo superaremos», al «lo aceptaremos». El diálogo de Helen con su sobrino-hijo Henry (Spencer Breslin) es muy interesante. Su tía le dice que hay que saber que los padres están viéndole y que, precisamente por eso, no los puede defraudar: tiene que jugar muy bien al baloncesto para que ellos puedan sonreír. Por tanto, no hay que olvidarlos (no es un simple superar una muerte), sino recordarlos cómo eran, aceptar lo que ha ocurrido y seguir adelante contando, de algún modo, con ellos. Es, en definitiva, el sentido cristiano de la muerte. Quizá es el sentido que descubre, de algún modo, en el cristianismo del colegio (aunque luterano, que no es precisamente una religión optimista).

Bueno, podría haber más cosas. Mamá a la fuerza no es que sea una gran película, pero en su sencillez, consigue sacar, como hemos podido ver, grandes temas. Y es que, como decía uno, cuando se habla del hombre con sinceridad, se puede hablar de temas muy humanos y, por eso, muy trascendentes. No en vano somos imagen del Creador, ¿no os parece?

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