
10 Mar The Artist (2011). O el emocionante grito del silencio
Hay veces que el cine te hace ser mejor. Regala películas que, cuando dejas la sala, te deja una sonrisa en los labios y uno viene a ser más optimista. Porque has visto una buena película. Un sabio y conocido escultor me dijo una vez que la belleza era aquello que me acercaba a Dios, y me hacía más feliz. The Artist es así: una buena película -casi obra maestra diría- que se atreve con el cine puro. Y digo que «se atreve» porque no es fácil -con los tiempos en 3D que corren- filmar una historia en blanco y negro… ¡y muda! Y menos aún, que el resultado sea atrayente y al público le emocione.
El Artista cuenta la historia de George Valentin, estrella del cine mudo allá por los años 20 del siglo pasado. Por un encuentro fortuito echará un cable a Peppy Miller -una de sus fans- para que pueda encontrar un hueco en el cine; y lo que tenía que ser una simple colaboración, acaba siendo una sustición: los productores descubren el cine sonoro, en el que ella consigue gran éxito y él es rechazado. No obstante, Miller está enamorada de él y quiere ayudarle, pero su soberbia -incapaz de aceptar que alguien acepte el sonido antes que los gestos- le irá hundiendo hasta la miseria…
Aquí no hay casi nadie conocido, pero deslumbran por su gran actuación. Los dos actores franceses –Jean Dujardin, como George, y Bérénice Bejo, en el papel de Peppy-, habían trabajado por otras pequeñas películas en su país, pero esta será su revelación. La de Dujardin -buenísima interpretación de un actor «mudo», con sus gestos faciales y su palabra «sin palabra»- ha bien merecido el Oscar 2012; y otro tanto le podría haber ocurrido a ella, aunque al final, la figurita fue a manos de Octavia Spencer, por su actuación en The help (Criadas y Señoras). John Goodman es el otro actor que realiza un buen trabajo, como el productor implacable, pero algo sensible; y, ¡cómo no!, James Cromwell en su papel de discreto y cariñoso chófer.
Con esta película, el director y guionista francés Michel Hazanavicius muestra que tiene mucha mano para el buen cine. Ha hecho una película redonda, con muy buena música y excelente guión, y ha sabido, también, realizar una crítica muy elegante al cine de hoy, diciendo que el silencio -como dice Benedicto XVI– es muy importante para la buena comunicación.
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