El regalo más grande: el perdón

Desde hace unos años, el director de cine Juan Manuel Cotelo se ha convertido en un experto en el género documental de temática religiosa. Empezó con un sencillo drama El sudor de los ruiseñores –efectivo, aunque nada del otro mundo–, pero años después despuntó con La última Cima, Mary’s Land y Footprints. Experto en este género, digo, pero más aún en el cómo venderlo: distribución según demanda. Esto es: no estreno “a lo loco”, y a ver si hay suerte, sino mesuradamente, y a ver si la pide más gente. Así ha triunfado con las anteriores: de entorno a diez salas, a acabar exhibiéndose en más de cien, en toda España. Y luego, en varios países de Europa, y en América y…

Esta vez, el mayor regalo es el perdón: ¿existe el amor, más allá del odio, tan habitual en nuestro mundo? ¿Es posible perdonar y/o aceptar el perdón, a pesar de lo que sea? Ese es el planteamiento. Y “por lo que sea”, entiéndase realmente eso: lo que sea. Lo peor que uno se pueda imaginar: a pesar de haber sido el integrante del IRA que ha puesto varias bombas en la city londinense y, por tanto, matado a más de una persona; la que ha perdido dos piernas y tres dedos de la mano porque ETA puso una bomba en el coche de su madre; el marido que espera cinco pacientes años a que vuelva su mujer, que le es infiel con otro; los miembros de algunas de las guerrillas de Colombia que tiene muchos asesinatos en su desgraciado currículum… Todos estos personajes tienen en común que o bien han perdonado, o han pedido perdón. Que no es sencilla ni una cosa, ni la otra.

Cotelo plantea la película a su estilo. Como hace Michael Moore en sus documentales, el realizador madrileño “entra” en su película, pero él no para acusar, sino para descubrir con el espectador, sembrando optimismo.

El mayor regalo entra en una historia de ficción, donde Cotelo es director de una película del Oeste. Va a filmar la escena final, pero no puede aceptar que acaben matándose, por lo que decide cambiar el guion: buscar un final feliz. Pero feliz de verdad: en que nadie mate a nadie. Acusado de ser un iluso, decide buscar historias que demuestren que sí es posible. Y viaja a Francia, a Inglaterra, a Colombia, a México, a Ruanda y a España, para conocer de primera mano a esas personas que viven felices, gracias a que han sabido perdonar y, como dice Irene Villa, aprendido de su madre, “cortar el cordón umbilical que te ata con el terrorista”.

Cada una de los personajes a los que Cotelo entrevista son protagonistas de unas historias tan duras, tan reales e increíbles a la vez, tan humanas y sobrenaturales que cada una por sí sola podría servir para el guion de una película entera. Son historias que casi diría “se palpan”, por lo emotivas. Es una pena no conocer más: supongo habrá que esperar los “extras” del DVD. En este sentido, quizás se le podría achacar al realizador haberse entretenido demasiado en la parte cómica de ficción, que puede llegar a hacerse un poco pesada y repetitiva, la broma. Eso sí: no creo que nadie pueda decir que peca de poca originialidad.

Sea como sea, vale mucho la pena dedicar un tiempo a esta película. A quien la vea, estoy convencido de que, por lo menos, no le dejará indifirente. “¡Que comience la fiesta!”, dice Cotelo: “Es la fiesta del perdón”.

A quien la vea, estoy convencido de que, por lo menos,  no le dejará indiferente. Porque lo que plantea es muy impactante: ¿Perdonarías a tu vecino –le invitarías a casa a cenar, le abrazarías–, cuando sabes que ha matado a tus cinco hijos durante el genocidio de Ruanda, simplemente porque son supuestamente de una “raza distinta”? Juan Manuel Cotelo muestra que hay alguien que sí lo ha hecho. Y tiene mucho mérito.

 

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