20 Nov Una muerte dulce
Siempre se ha hablado de este futurible ser mejores gracias a los robots y a la ciencia —Metrópolis (Fritz Lang, 1927) y Blade Runner (Ridley Scott, 1982) y la segunda parte Blade Runner 2049 (Denis Villeneuve) son grandes exponentes hollywoodienses—, pero la supuesta gran novedad es que aquí no se trata de facilitarnos la vida, sino de superarla. La especie humana daría paso a una nueva, la post-humana: un ser natural-artificial parecido al humano pero que, gracias a la conexión con una inteligencia artificial, la supera absolutamente: con una superlongevidad, una superinteligencia y un superbienestar.
¿Novedad? Bueno, en realidad, nihil novum sub sole, como dice el Eclesiastés: estamos ante una nueva Babel o un nuevo Titanic. “A este barco no lo hunde ni Dios”, y apenas fueron necesarias tres horas para provocar la muerte de más de 1.500 personas. En esta ocasión se dice que podremos ser dueños y señores de nuestra propia vida y de nuestra propia muerte… Pero solo algunos: que el cine también ha hablado mucho de las inmensas diferencias sociales que puede generar todo esto por la falta o facilidad de acceso a las tecnologías… Una de las más recientes, Interstellar, de Christopher Nolan (2014).
Efectivamente, es muy interesante todo lo que el progreso y la ciencia pueden hacer por la medicina y el bien de la persona. Los avances en bioingeniería, capaces, incluso, de devolver el movimiento al que lo había perdido, son muy buenos. Ahora, atreverse a crear una nueva especie, ¡esto es harina de otro costal! Se está jugando con fuego.
Podremos hacer ciborgs; podremos crear (o hacernos) robots o hacer renacer a un muerto informatizando una acumulación de datos de toda su vida, pero… ¿podremos hacer que este nuevo ser sienta —realmente— pena por el conejo muerto dulcemente en la nieve? Permitidme que lo ponga en duda.
* Editorial publicado en el número 4 de la revista en papel.
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