Carles Capdevila: Soy una persona habladora que quiere comunicar, y ya está

He conocido a Carles Capdevila por tres palabras: periodismo, educación y enfermería. Me atrevería a decir que en este orden; aunque, en los últimos meses, la enfermería ocupaba un lugar preeminente en su vida. De hecho, decía de sí mismo que era “el presidente del Club de Fans de Enfermeras”, fundado por él cuando comenzó su calvario del cáncer.

Me lo pasé muy bien con él, durante la cerca de una hora que estuvimos charlando, y me lo he pasado muy bien, siempre, escuchándole: no sólo yo. Cuando quedamos, llevaba enfermo diez meses. Hacía poco que había dejado la dirección del diario que fundó y venía a UIC Barcelona para ser el padrino de la nueva promoción de Enfermería que se graduaba. “He apadrinado promociones de comunicadores, porque soy periodista; de maestros, porque he hablado de educación; pero de enfermería ¡es la primera!”. Estaba muy orgulloso de ello, porque era como agradecer lo que vivía entonces: “Con la forma que tenéis de cuidarme he entendido la importancia de su trabajo, el bien que haga y la invisibilidad de este colectivo”.

Casi un año después, se me hace difícil trabajar esta entrevista que, por motivos varios, se había quedado en el tintero. Es difícil de entender ver cómo la sonrisa de alguien que sembró tantas sonrisas se ha apagado. Yo supongo que, a pesar de que me dijo que no era creyente, Dios le habrá premiado, aunque sólo sea en agradecimiento a todas las personas que lo han pasado tan bien a su lado.

Decía que lo había conocido por tres palabras. Me faltan dos: familia y humor. Durante la entrevista, Carles me hablaba de los próximos cincuenta años. Me parece que podemos hablar de los próximos cincuenta años que lo seguiremos recordando, gracias a estas dos palabras mágicas.

“Todavía no sé quién carajo soy”: lo decías en un artículo; ¿seguimos igual?

Hombre, ahora estoy en un proceso de cambio interesante: estoy cambiando de vida. He cumplido 50 años, he tenido una enfermedad, he dejado la dirección del Ara, un proyecto que me tuvo atrapado durante cinco años, con mucho gusto… Estoy como intentando dar sentido a una trayectoria curiosa y extraña, como todas…; he hecho de todo: radio, televisión, prensa escrita, he montado webs… y sobre todo estoy buscando un equilibrio entre el trabajo y la vida. Y eso me está costando un poco. Como me gusta el trabajo, siempre tiendo a trabajar un poco demasiado. Y ahora que también he estado justo de fuerzas, tengo que empezar a ver mi proyecto en los próximos 50 años, digamos… de los 50 a los 100… lo más razonable entre hacer lo que me gusta, pero que no todo lo que me guste sea trabajar.

¿Qué es lo que has descubierto en estos últimos meses?

Sobre todo he descubierto cómo te ayudan los amigos cuando las cosas van mal… y eso también me ha afectado positivamente. También he tenido que aprender a estar más solo: yo siempre he sido un hombre muy social y, con la baja y con todo esto del dolor, que es lo que ha pasado estos meses, es lo que he tenido que hacer. Y tampoco se está mal solo. Yo he tenido siempre la tendencia a estar ocupado, a rodearme de gente, y ahora he tenido que buscar un equilibrio entre esto y estar recogido, entre charlar y escuchar, escribir y leer… soy un comunicador, pero debo equilibrar la parte de emitir y la parte de recibir.

¿Qué es lo que más te llama la atención de la gente que escuchas?

En realidad me inquieta ver que estamos bastante jodidos: que vivimos deprisa y corriendo, y no somos capaces de ver lo que nos rodea: tantas injusticias, desigualdades, refugiados, gente desahuciada o expulsada de su país… Yo mismo reconozco que tengo tendencia a los excesos, pero estos meses, que he hablado con más gente, me han hecho pensar. Creo que vivimos en un momento muy interesante, pero muy acelerado. Nos falta tiempo para pensar: necesitamos droga muy dura –o reír mucho, o llorar mucho, o emocionarnos mucho, o entristecernos mucho…–, pero, claro, después crea poco poso… Es una de las trampas de la sociedad actual, que nos da generalmente mucha oferta, pero nos impide pensar. Yo estudié Filosofía y siempre he tenido interés por el pensamiento y me doy cuenta que una mente dispersa, que está todo el día emitiendo, tiene poco tiempo para ser autocrítico… y en eso estamos.

Me parece que la tecnología tampoco nos lo facilita

¡Eh! Vaya por delante que soy defensor incondicional de la tecnología: me encanta y creo que es un chollo estar en un mundo conectado. Pero a la vez, es verdad, nos tensa, y la gente vive con ansiedad, en el trabajo enferma… Esto me inquieta, pero también me hace ser optimista y positivo porque creo que estamos realmente en una especie de transición, en un interregno muy grande en el que nos tenemos que reinventar el mundo.

Es decir: lo que recomiendas a una persona que está con excesos es: “párate”…

Me lo estoy aconsejando a mí mismo, de hecho. En mi caso, lo he tenido que hacer por obligación: no tiene ni mérito. Estoy desconcertado porque no lo he decidido yo. Y ahora intento aprender a cómo gestionarlo, centrándome y recuperándome del susto del cáncer; ver si termino de curarme y decidir qué hago en los próximos años, contando con la suerte de tener a mucha gente que me escucha y muchas ofertas y oportunidades para hablar y escribir y, por tanto, no tengo la intranquilidad de no tener nada que hacer. Tampoco sé si lo conseguiré, pero dentro de unos diez años pienso que nos habremos calmado, porque esto es insostenible: tanta velocidad y tanta intensidad, y tanta emoción…

Con la enfermedad, ¿has aprendido a esperar?

La verdad es que no. Soy muy impaciente… aún no he aprendido a esperar. Sí, he aprendido a manejar el dolor, que no sabía, a frenar un poquito… Tengo ganas de hacer muchas cosas, me lío fácilmente, tengo tres ideas, las propongo, me las aceptan, y ya vuelvo a estar liado…: me cuesta mucho pararme. Creo que debería encontrarme… intentar conectar un poco conmigo mismo, con mi cuerpo, que muchas veces lo olvido. Estoy demasiado programado para hacer cosas y, a ratos, debería aprender a no hacer nada. Es el reto de cada semana.

¿Aún te duele decir que tienes un cáncer?

No. “Te pondrás a llorar cada vez que lo tengas que decir”, me dijo el psicólogo…; duele decirlo, es cierto. La sociedad no está preparada. Cuesta mucho: la gente no sabe cómo tratarte… Hay gente que no se me acerca, que le da miedo porque no sabe qué decirte. De todos modos, estoy satisfecho de haberlo hecho público, haber hablado, porque hay mucha gente que ha dicho que esto le ha ayudado… y para los que nos dedicamos a hablar, ver que puedes ayudar así da mucha satisfacción.

Por lo que a menudo cuentas, entiendo que las enfermeras te han ayudado a ser paciente y valorar más las cosas

¡Sí, por supuesto! Soy el presidente del Club de Fans de Enfermeras. Gracias a mi enfermedad he descubierto que las enfermeras y el personal de la enfermería te ven entero, te atienden, te tocan… cuidan: que es mucho más que curar; es un concepto mayor… Estos meses me han salvado los médicos, la quimio, la radio…, pero me han aguantado literalmente personas que te veían en global, que me decían “cómo estás; ya es la tercera; ya falta menos”… Son muy buenas y hacen mucho trabajo. Por eso poco a poco me he convertido en su fan incondicional y tengo mucha admiración por este trabajo. Creo que es un colectivo al que se debería dar más peso… Me parece que los pacientes no tenemos una atención global y la solución sería que las enfermeras y los enfermeros pintaran más; no sólo que estén allí, en primera línea, sino que incluso deberían mandar.

Serían necesarios cambios profundos

Estoy encantado del sistema sanitario catalán: es buenísimo. La oncología es brutal, tenemos la mejor del mundo…; pero el trato humano, la atención emocional, el respeto, que no haya ruidos… Creo que hay muchas cosas a mejorar… Necesitamos una medicina integral centrada en las personas. Volviendo a lo que decíamos antes, tenemos que evitar caer en el peligro de que, con la tecnología, esta medicina se nos escape.

¿De dónde te viene el optimismo?

Yo diría que lo soy de natural…, aunque soy un tío que se enfada mucho y tiene mala leche, pero, sí he acabado sabiendo encontrar siempre la manera de divertirme, de reírme… Mi padre es una persona muy irónica, muy cachondo y muy feliz… es un artesano, ha sido carpintero de toda la vida, ha vivido siempre en el pueblo, por lo tanto, tiene una manera muy tranquila de estar en el mundo, que hace feliz a la gente de alrededor y que es feliz. Me parece que, afortunadamente, tengo alguna de estas carácterísticas, aunque lo he pervertido un poco: me he convertido en un urbanita y en un periodista y en un director de periódico, y todo esto… [se ríe]. Es esa inquietud. Ahora mismo, tengo muchas ganas de ayudar a cambiar los hospitales, que los veo con muchos defectos. A los 17 años dirigía la revista del pueblo, ayudé a montar la radio de ahí, he montado programas de radio o televisión que han tenido éxito y algunos han ganado los premios Onda, dos veces… hago cosas y acaban yendo bien, por lo tanto sí que tengo un optimismo que no es ingenuo, que está basado en que se pueden hacer cosas y, si tienes suerte y aciertas, más o menos van bien.

Y cuando no salen las cosas…

También. Con el tiempo, defiendo mucho el optimismo. No el positivismo a veces impuesto, que también es propio del neoliberalismo: “¡Tenemos que ser positivos, tenemos que afrontar todo con una sonrisa!”, que es bastante patético. Con el cáncer descubrí que no siempre sale el optimismo como querrías, por eso tenemos la voluntad. También es verdad que estos meses he aprendido a ser pesimista: que hay momentos en que también te ayuda, porque si no es como una especie de impostura. Así, cuando vuelves al optimismo, ya es un poco más maduro.

En un artículo, Jordi Évole te definió como “el periodista que no fue hijo de puta”. ¿Por qué?

Se basaba en un discurso que hice cuando dejé el Ara: el director que no ha querido ser hijo de puta… Una de las cosas que me sorprendió de esta etapa de dirigir el Ara, es que conocí a los poderes, que son muy mediocres, yo mismo, soy autocrítico; muy masculinos: hombres, bastante tristes, bastante aburridos. Algunos me decían eso de que “tú debes ser más hijo de puta, sino, no puedes ser director de un diario”. “Que tienes demasiados escrúpulos…”. Flipo que te digan algo así. Ya se entiende de qué se trata, pero que te lo digan así, y que no tengan vergüenza de decírtelo… “No tengas escrúpulos que si no vas a sufrir”… puestos a elegir, prefiero sufrir… Pero llegué a la conclusión de que es mejor no estar demasiado tiempo manteniendo un “cierto poder”. Si no…

Se te suben los humos

No, no es que se te suban los humos, sino que pierdes el sentido de aquello por lo que estás. Estás más pendiente de no perder el poder y no lo ejerces, con todo lo que ello conlleva. No quiero volver a esos “reservados”, las filas cero, los palcos VIP… no me ha gustado; seguramente debe ser mi culpa, pero no me he sentido cómodo. Sea como sea, no me parece normal que un director tenga que comer con tanta gente, tratando de crear una red de complicidades… No quiero hacerme amigo de esta gente.

Hace cinco años dejabas unos programas de comedia para dirigir un diario, un trabajo “serio”. Es un cambio muy brusco, ¿verdad?

Si lo miras así, claro… pero antes de la comedia, estudié Filosofía, fui jefe de sociedad del diario Avui… También he trabajado en la revista Lecturas, el diario Sport… Siempre he hecho cosas relacionadas con la comunicación. Es absurdo que se dude que para que una persona haya hecho humor o hablado de temas de educación no pueda dirigir un diario. Yo venía de hacer el “Criaturas”, con el que ganamos premios en Cataluña… Un día me dijeron: “¿Estás seguro de poder dirigir un diario, viniendo de los niños?”…; ¡como si no fueran importantes! Los niños son pequeños, pero los temas son grandes. Parece que si eres un periodista de motor eres súper importante, y que si eres de educación, “ay, pobre, que habla de cosas pequeñas”… “Perdone, pero la educación es el tema más importante del mundo, y el motor no sirve para nada: para llegar a casa y ya está… sirve para mucho, pero no hay que saber cómo funciona”. Hacer reír a la gente, hablar de la vida, de la educación, de la salud… todo ello también es importante y me parece fantástico.

¿Cuáles son las claves para “educar mejor”?

Primero tienes que querer hacerlo. Tienes que entender que educar es muy importante y que debes hacerlo. Educar es acompañar, es estar al lado; hacerlo todo lo bien que sepas, sabiendo que no lo harás perfecto, pero no pasa nada. Tienes que querer mucho, tener criterio, seguridad y convicción, debes tener sentido del humor y sentido común. Un padre, con su criatura, lo que tiene que hacer es espabilarle, amarle, acompañarlo y que se vaya de casa.

También has hecho muchas entrevistas. ¿Cuál es el personaje que más te ha impresionado?

Aunque soy muy poco mitómano, he descubierto que un poquito sí…; los famosos nunca me han impresionado, pero los que me gustan, los he entrevistado… Últimamente he estado con filósofos y pensadores: estuve con George Stainer, en su casa, en Cambridge; con Zygmunt Bauman, o con Agnes Heller, o Judith Butler… Es un privilegio estar con esta gente. Como me interesa comprender por qué el mundo no funciona, busco sociólogos, filósofos, pensadores que me ayudan. Me gusta mucho la gente mayor, entrevistarla.

Los sabios…

No tanto por sabios, sino porque ya no están tanto en el día a día. Los de mi edad están gestionando y, entonces, lo justificas todo. Ellos están de vuelta y pueden ser más autocríticos y tienen una calma y una visión que no tenemos nosotros. De hecho, yo lo llamo conversaciones… a mí no me gusta la entrevista agresiva, de preguntas incómodas, lo que a veces hay que hacer, en el periodismo; pero yo converso con esta gente que me interesa, que tienen cosas que decir y, por tanto, estoy a favor de ellos.

Un periodismo de calma

Sí, efectivamente. Conversaciones largas. Mi ideal de felicidad es una cena de verano, a las dos de la madrugada, en una terraza, después de dos vasos de vino… en Palamós… Aquel momento de conversación, que te coge picotería…, que no tienes sueño…: a mí me gusta mucho conversar. Siempre salen cosas interesantes.

¿Es lo que haces en tus últimas intervenciones?

Digamos que sí… Tienes unas ideas y sabes ordenarlas: es el trabajo del comunicador; que no quiere decir ser buena persona: significa saberlo comunicar bien. Saberlo envolver bien. Ahora yo estoy aprendiendo a envolver mensajes sobre la salud: cómo enfocar la vida, la preparación con los médicos… ¿Quién carajo soy? Sólo un comunicador; una persona habladora que habla y quiere comunicar, y ya está. Este soy yo.

No hay comentarios

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.